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No los olvidemos

El periodista español Vicente Romero publicó hace unos días una crónica a su regreso de Haití, explicando que la situación en el país no permite el optimismo. Cuenta que el reparto de ayuda se efectúa de modo desigual y muchos campos de damnificados por el terremoto continúan sumidos en un caos organizativo.
Los balances que presenta Naciones Unidas no dejan lugar a dudas: únicamente 525.000 personas -es decir, algo menos del 41 por ciento de 1.300.000 desplazados que se hacinan en 900 campamentos- reciben apoyo suficiente para sobrevivir con una mínima dignidad. Los organismos de solidaridad han distribuido 120.000 tiendas de campaña, por lo cual la mayoría de los damnificados dispone de cobijos muy precarios, improvisados con palos y plásticos. En el horizonte se dibujan dos graves amenazas: la inminente época de lluvias y en agosto, la temporada de los huracanes. Ambas pueden tener efectos devastadores sobre la fragilidad de los campamentos.
Los niños, que siempre constituyen el grupo social más frágil, son quienes más profundamente sufren las consecuencias del desastre. Más de 600.000 han tenido que abandonar los estudios, aunque en los campos de desplazados se intente improvisar actividades docentes. Los casos de desnutrición han aumentado entre una población infantil que, desde antes del terremoto, sufría los efectos de la miseria: siete de cada diez niños estaban privados de lo esencial, una tercera parte crecía sin vacunar, y un 6 por ciento no superaba el primer año de vida. El terremoto agravó una situación social que ya era insostenible, con tres millones de hambrientos crónicos y más de 300.000 familias en situación de pobreza extrema.

Estado de caos
El débil estado haitiano se ha desplomado. El centro histórico de Puerto Príncipe, reducido a escombros, representa una alegoría histórica. En su descripción de Haití, nos cuenta Vicente Romero que también resulta simbólico que la sede provisional del gobierno se haya instalado en una comisaría de policía, pegada al aeropuerto. Dicen los haitianos, con su amargo sentido del humor, que habría sido más adecuado colocarla en la sala de cuidados intensivos de un hospital, ya que se trata de un gobierno en estado de shock traumático, incapaz de responder a los estímulos más fuertes, y suplantado en todas sus funciones por las fuerzas militares extranjeras y por las ONG.
Desaparecido el estado, ¿quién gestiona la convalecencia de Haití? La misión de Naciones Unidas no ha dado precisamente lecciones de rigor y eficacia en la gestión durante el mucho tiempo que lleva en el atormentado país caribeño. Washington ha comenzado a retirar sus soldados, que van a reducirse de 20.000 a 8.000. Y la clase dirigente haitiana aparece retratada por las estadísticas como una de las minorías dominantes más corruptas del mundo: un 4 por ciento de privilegiados que detenta el 64 por ciento de la riqueza nacional en un país donde la anemia es endémica y más de la mitad de la población sobrevive con menos de un dólar diario.
Así las cosas, los destinos inmediatos de los damnificados por el terremoto aparecen en manos de las grandes agencias humanitarias internacionales y de un batallón de ONG. La coordinación de sus tareas deja mucho que desear, pero su gestión de los recursos aportados por la solidaridad de las buenas gentes de todo el mundo ofrece la única esperanza real a los desamparados. Por eso -concluye el periodista español- no podemos olvidarnos de Haití.

Por Carlos Iaquinandi, Agencia SERPAL, Servicio de Prensa Alternativa. www.serpal.info

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2010-04-02 00:00:00
Etiquetas: Internacionales.
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