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Al borde de la derrota en Afganistán

Los soldados de Estados Unidos, y con ellos los de todo el Occidente racista e injerencista, están empantanados en Afganistán. Más de 70 mil uniformados, miles de paramilitares ligados a empresas trasnacionales que los utilizan como fuerza de choque para defender sus intereses monetarios, indican lo que los altos mandos de EEUU ya afirman sin eufemismos: “Estamos perdiendo esta guerra, y lo peor es que no sabemos cómo salir de la misma”. El comandante de la fuerza de la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN), general Stanley McChrystal, fue terminante: “Una cosa es planificar una intervención armada detrás de un escritorio, y otra muy distinta es luchar contra un enemigo que se sumerge entre la población, y nos ataca cuando menos lo imaginamos”.
El propio Barack Obama, el hombre de la sonrisa cínica que “parecía” representar un cambio y se quedó en una desalentadora expresión de deseos, acaba de advertirle a los marines (en una reunión con veteranos de guerra en Phoenix, Arizona) que “la insurgencia afgana no se ha organizado de la noche a la mañana, y por ello tampoco la venceremos de la noche a la mañana”.
Lo particular de este atolladero es que la soberbia estadounidense, sobre todo la de los señores de la guerra -fabricantes de armamentos e integrantes de empresas petrolíferas y gasíferas- no quieren convencerse que se acabó la “fiesta” inicial, cuando desde el aire sus bombarderos efectuaban masacres indiscriminadas. Ahora la batalla en tierra muestra la verdadera esencia de un ejército que no puede competir con fuerzas irregulares como las que mueve la resistencia afgana. Esto no quiere decir que no insistan en el método letal. De hecho, los recientes bombardeos ejecutados por el mando alemán de las tropas de la OTAN, cerca de Kunduz, donde asesinaron a mansalva a 125 civiles, acusándoles de talibanes, muestra a las claras cuál es la “estrategia de paz” que los invasores tienen para con el pueblo afgano. Pero de poco les sirve a la hora del balance bélico.

Una guerra de liberación nacional
Las razones de la imposibilidad de una victoria occidental sobre la resistencia afgana están en la misma raíz de una intervención que ningún poblador de ese territorio solicitó. La prepotencia de George W. Bush, cuando enloquecido por el poder que le daba su propio Parlamento -y buena parte de la alienada población norteamericana-, decidió bombardear e invadir Afganistán, al mismo tiempo que lo hacía en Iraq, pronto se convirtió en el principio del desastre para las tropas de la coalición occidental.
Los cruzados de Occidente no comprendieron que los talibanes y su influencia decisiva entre las filas insurgentes ya no eran el grupo improvisado (aunque con una combatividad excepcional) de diciembre de 1996, cuando después de vencer a los soviéticos se hicieron con el poder en Kabul. Ahora, la situación es muy distinta: el Talibán es parte de un amplísimo movimiento de resistencia que incluye diferentes visiones políticas e incluso religiosas, pero que están unidos por una decisiva idea de emancipación nacional.
EEUU y Gran Bretaña, acostumbrados a fijar estrategias coloniales a través de la guerra, siguen sin entender que cuando éstas adquieren el valor de una actividad beligerante contra quienes invaden un territorio, desprecian sus costumbres y cultura, asesinan, violan y aterrorizan a mujeres, hombres y niños del sitio que usurpan, y para colmo, sostienen hacerlo en nombre de “la democracia y la libertad”, la respuesta en su contra suele ser generalizada y arrolladora. Todas las capas de la población se suman, por dignidad y espíritu de sobrevivencia, a las fuerzas insurgentes.
Hoy por hoy, a EEUU y sus aliados, de nada le sirve el gobierno títere y fraudulento de Hamid Karzai ni las “zonas impenetrables” de Kabul, ni el desarrollo de la más sofisticada tecnología armamentística. La resistencia está en todas partes, golpea cuando y donde quiere, les produce bajas físicas (innumerables), pero sobre todo, bajas morales. Los soldados gringos suelen deambular por el desierto como almas en pena, cargados sí con novísimo armamento, pero despojados de la autoestima que pudiera permitirles una victoria.
Con la presencia occidental, ha crecido el tráfico de drogas, la prostitución, el juego, todas esas excrecencias de la “moral occidental”, ofensivas para la religiosidad y el estilo de vida islámico, y sirve para sumar más adeptos al bando de la Resistencia.
Como en Vietnam, las tropas ocupantes no tienen más salida que la muerte, la deserción o la retirada. Todavía, como les advirtiera recientemente un alto mando de la Resistencia, pueden hacerlo de manera “ordenada”. Muy pronto, es probable que el mundo contemple imágenes parecidas a aquellas de Saigón, cuando los mandos yanquis se peleaban entre sí por trepar a los últimos helicópteros que abandonaban territorio vietnamita ante el avance arrollador del pueblo en armas.

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2009-09-12 00:00:00
Etiquetas: Internacionales.
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