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Huacuvu para todos
Un gualicho vaga esparcido por el suelo de este pueblo: cuenta la leyenda que una mujer, despechada por la muerte de su hombre a manos de un milico de frontera, condenó al lugar y a sus habitantes, invocando a Huacuvu, a una maldición de mil años.
Categoría: Cultura

Un gualicho vaga esparcido por el suelo de este pueblo:
cuenta la leyenda que una mujer, despechada por la muerte de su hombre a manos
de un milico de frontera, condenó al lugar y a sus habitantes, invocando a
Huacuvu, a una maldición de mil años.
¿De dónde viene aquella sentencia? ¿Qué mezcla de dolor, traición y venganza arrastra
este cóctel mortal servido en una pulpería y que todavía estamos degustando?

Llanquetruz, teniente coronel
El barítono despliega su caudalosa voz sobre las tablas, imitando a un
trovador en lengua italiana, que resuena armoniosamente al interior del inmenso
teatro. Enfrente, en una de esas fulgurantes butacas, se duerme placenteramente
el teniente coronel José María Bulnes Llanquetruz, hasta que su propio ronquido
le cortó el sueño. Maldijo en tehuelche mientras se despabila y se estira algo
despreocupado las mangas de su flamante chaquetilla azul.
Previsiblemente, los banquetes y ceremonias huincas lo aburren hasta el
cansancio pero estas formalidades venían en el combo de uniforme, sueldo y
cargo del ejército nacional que compró en 1857 cuando entró en negociaciones
con las autoridades porteñas.
En su sueño crece en espirales polvo y humo que se funden en un griterío
infernal mientras danzan en rodeos las vaquitas con vestimenta de soldado y
rostro cristiano. Al centro de aquella fanfarria, un indio escupe alcohol y
hace arder una pila de quebrachos.

La frontera mestiza
Nació pampa, hijo de cacique tehuelche, bajo una buena estrella pero fugaz.
Eran tiempos revueltos entre las tolderías y en una incursión de pehuenches, lo
toman cautivo y lo venden en tierras trasandinas junto a una tropilla de
vacunos. Dicen que de allí le quedó el nombre cristiano, aprendió las primeras
letras y supo que la pluma del huinca puede esconder la palabra del que habla.
Cuando parecía que ciertas costumbres lo habían enlazado a la civilización, se
dio a la fuga con un puñado de hermanos, cruzaron la cordillera y anduvieron errando
por mesetas y valles, dueñas del viento, hasta que se unieron a las huestes del
hombre más fuerte entre las naciones indias: Calfucurá.
Su talento y ferocidad para negociar o presentar batalla lo posicionaron cerca
del gran capitán. Tanto que se casó con una de sus hijas. Pero en sus virtudes
reposaba el celo de Calfucurá: cuando tramó eliminarlo, Llanquetruz y su gente
evitaron la trampa. Desvinculados, ya no eran socios ni enemigos, alguna que
otra vez las fatalidades de la frontera los encontraría enfrentados.
La buena fortuna acompañó a Llanquetruz durante un largo tiempo: sus tolderías
vagaban por las llanuras, las sierras o las riberas del Río Negro o el Limay.
Tenía un hermano de sangre en los alrededores del Carmen y otro al pie de la
Cordillera. A fuerza de comerciar y malonear, el camino de la rastrillada a
Chile se volvió un hábito rentable. Supo aliarse circunstancialmente con
parcialidades ranqueles, manzaneras o tehuelches. En su oficio de capitanejo,
de matar o morir, más de un soldado se la tenía jurada.

La paz es un lugar
Cuando firmó la paz con el gobierno de Buenos Aires, tanto unos como otros,
querían sacarse de encima a Calfucurá. Y para ratificar esta alianza, lo
mandaron a buscar al Carmen, pueblo en el que finalmente se asentó y conocía de
entrar a malonear. Durante la travesía, Llanquetruz sueña con polvaredas de
humo, bocas echando fuego y minotauros criollos.
Allí lo reciben a toda orquesta y lo ensalzan y abarrotan de cortejos oficiales
y formalidades urbanas: asiste a la asunción del nuevo gobernador, a un acto
del 25 de mayo y finalmente lo invitan al Colón.
La paz se traduciría en sueldos del ejército para él y sus escoltas, en ropa,
yerba, tabaco, alcohol y azúcar para sus tolderías y en una alianza estratégica
contra Calfucurá. Sin embargo, a partir de aquí, todo se precipitaría y las
mieles de lo que vendrá no se alcanzó a degustar.
Le gusta lucir el ropaje cristiano y la ginebra y las empuñaduras de plata lo
pueden.

La última curda
La última vez que tuvo aquel sueño, en el final no escupía alcohol sino sangre.
Impaciente y aturdido, se lo contó a su mujer, que entendida en las artes de la
adivinación, le pidió suspicacia frente a los cristianos.
Un viajero chileno -Cox- que andaba de paso por aquí nos relata su final: “… dejó la vecindad i se fue a vivir cerca de
Bahía Blanca (…) Allí había un destacamento de soldados argentinos (…) que
ardían por vengar la muerte de sus hermanos. Todos los días regalaban
aguardiente (…) que concienzudamente se emborrachaba como verdadero hijo de la
pampa. Un día que todos estaban ebrios hasta la muerte, los soldados asesinaron
a Llanquitrue…”.
Las autoridades atribuyeron la muerte a un paisano suyo, a una reñida
interna. Muerto el capitanejo, y evitar un alzamiento seguro, lo despidieron pomposamente
con honores fúnebres como requería un oficial de su rango.

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2012-02-12 08:52:00
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