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El tibio caldo en el que estamos
Categoría: Opinión

No resisto el proponer seguir compartiendo la palabra de María Toledano, siento que sería puro egoísmo privar al lector de tan magnífica y profunda prosa. Esta democracia liviana y llevadera, en la que nada es lo suficientemente importante como para detenerse a pensar en ella, tiene un personaje central que se adapta a las mil maravillas: cada uno de nosotros. Pensar sobre lo que hemos llegado a ser es parte de la dilucidación del entramado de este tiempo.
“El ser humano se ha convertido -pese a la mentira establecida y difundida, pese a la idea de lo privado como refugio del yo (interior)- en mercancía emocional. Igual que los esclavos de la antigüedad, hemos vuelto a ser mercancía. Marcados con imaginarios códigos de barras y atentos, más que nunca, al propio valor de uso y de cambio, las mujeres y los hombres del siglo XXI democrático-capitalista están perdiendo su condición de seres sociales sensibles (en el sentido clásico, aristotélico, del término) para pasar a la vitrina cultural de los objetos perecederos: el escaparate donde no ser admirado y adquirido se convierte en un verdadero drama. No es necesario insistir en la idea: ser mujer es, si cabe -teniendo en cuenta los cánones norteamericanos imperantes y sin necesidad de referirse al inferior salario ni al “techo de cristal”- mucho más duro. La presencia mediática y la afirmación diaria, autocomplaciente, de la empresa Corporación Dermoestética bastaría para confirmar esta observación”.
Me atrevo a agregarle a nuestra escritora que no sólo las mujeres se ven sometidas al cumplimiento de los cánones imperantes: los hombres -al menos los nuestros-, los de esta etapa de la Argentina, no se quedan atrás y rivalizan en vanalidades con lo “mejor” de las mujeres.

“Dominada por las tensiones generadas por cualquier tipo de intercambio desigual y la fuerza coercitiva de la mítica (e inexistente) subjetividad interclasista (el capitalismo occidental presenta el consumo y lo afectivo como segmentos neutros de mejora y satisfacción personal, ajenos al lugar desde donde se realiza o se siente), la sociedad occidental ha cambiado la norma y los usos de la burguesía liberal bajo la presión igualitaria (consumista) del modo de producción postcapitalista. Así, la igualdad afectiva, posible sólo entre seres libres ha dejado su lugar a un agujero negro donde prima lo sentimental/artificial -producto de la cultura- frente a lo sensible, la memoria de la piel. Desde los contratos de trabajo por horas -jornales de miseria- hasta las relaciones paterno-filiales basadas en el chantaje, de las masturbaciones telefónicas a los affaires amorosos establecidos a través de Internet, el caso es concebir algo, aparentemente privado y voluntario, donde lo singular toma cuerpo, se materializa, se hace real, presente, actualidad”.
Este juego de las subjetividades lastimadas exhibidas por televisión, de los tormentos sentimentaloides debatidos en público, en los que “el entrevistador” y el “padeciente participante” son cómplices en la exhibición de sus penurias previamente concertadas, ocupa un espacio importante de las pantallas. Esto lleva el imprescindible espacio publicitario:
“En este sentido, la publicidad hace constante alusión a la bondad de lo expresado, de lo sentido. La vuelta, por tanto, a lo puro, a lo natural, es un valor añadido que dota de fortaleza y verosimilitud a las etéreas conexiones creadas entre el objeto y el consumidor, entre los diferentes objetos. Poco importa que se trate de adquirir un automóvil o una sensación de frescura, el mensaje ha sido tan repetido que requiere la presencia de una nueva categoría: lo único”.

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2006-11-25 00:00:00
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