No es sino hasta hace muy poco tiempo atrás que se logró parcialmente -a fuerza de repetición y explicación en un ciclo de nunca acabar- que los medios masivos de comunicación expusieran en menor medida a la violencia intrafamiliar como “violencia doméstica”, a los feminicidios como “crímenes pasionales” y al abuso sexual como una “respuesta o descarga biológica”.
Dentro de estos sentidos construidos a través de una mirada todavía patriarcal y heteronormativa, no ha sido posible configurar dentro de las fotografías del horror que exhiben estas situaciones, el lugar y el papel en el que quedan y atraviesan las infancias, como actores secundarios de estos escenarios.
Es decir que pese a los avances a los que, a fuerza de movimientos de mujeres, reclamos y recordatorios continuos, se ha logrado visibilizar las grandes problemáticas junto a las diferentes modalidades en las que operan las violencias de género; poco se habla de aquellas infancias olvidadas como resabios anónimos de dichas situaciones.
¿Cuál es el acompañamiento para aquellas infancias que atraviesan junto a la madre, diversos tipos de violencia intrafamiliar? ¿Existe alguna figura legal que ampare a las infancias cautivas, por madres víctimas de feminicidio y padres feminicidas? ¿El sistema legal, realmente ampara y legitima los derechos de la niñez, o simplemente a través de tecnicismos y normativas, claudica cualquier posibilidad de voz y justicia?
Reparaciones
Desde el 18 de julio del año 2018, entró en vigencia la ley N° 27.452 de reparación económica para niñas, niños y adolescentes que resulten los hijos y las hijas de mujeres víctimas de femicidio o de homicidio en contexto de violencia intrafamiliar o de género, en donde los mismos deben ser protegidos para crecer en un ambiente sano y libre de violencias. Razón por la cual, tienen derecho a recibir una reparación económica mensual, acceder a una cobertura integral de salud y ser acompañados de manera integral durante su crianza.
En este caso, esta joven ley no cuenta con las herramientas para que los seguimientos verdaderamente resulten eficientes, al momento de un intento de reconstrucción de hogar irreparable. Asimismo, este es uno de los casos de las situaciones de violencia intrafamiliar.
A través del anuncio de los derechos de la niñez a nivel mundial, así como la adhesión a pactos y convenciones internacionales, cada vez son más las campañas y difusión de todo aquello que debe ser parte del compromiso político, social y económico al servicio del bienestar, protección y acompañamiento a los procesos de crecimiento de las infancias.
La realidad dista de forma abismal en torno a una legitimidad efectiva que contemple todas las dimensiones necesarias y vitales para un desarrollo pleno y saludable de niños y niñas. Pero en situaciones de violencia dentro de los hogares, los pilares fundamentales para que los hechos puedan salir de la esfera de lo privado hacia lo público -en el sentido de encauzarlos en un proceso de intervención legal, no de la espectacularización de dichas realidades- son la escuela, los círculos familiares secundarios, las organizaciones barriales y los centros de salud en las que se enmarcan.
Prevención y perspectiva en la escuela
La Ley Nº 26.150 de Educación Sexual Integral (ESI) se cimienta en una alianza entre salud y educación dirigida a establecimientos educativos públicos, de gestión estatal y privada. Este enlace de disciplinas propone contenidos y materiales para los diferentes niveles educativos con ejes transversales que pueden ser abordados a través de las diferentes materias de la currícula escolar.
Los temas a trabajar en el nivel Inicial responden a lineamientos respecto al conocimiento y cuidado del cuerpo, el desarrollo de competencias y habilidades psicosociales, así como el desarrollo de comportamientos de autoprotección, y conocimiento y exploración del contexto en relación con otros. Las actividades se realizan a través de juegos y prácticas lúdicas.
En los siguientes niveles educativos, ya es posible comenzar a trabajar con ejes relacionados a la valoración de la afectividad, el cuidado del cuerpo y la salud, el respeto por la diversidad, el ejercicio de los derechos y el reconocimiento de la perspectiva de género como una forma equitativa de percibir el mundo. Claro que, en cada nivel educativo, hay actividades acordes a las franjas etarias correspondientes.
Todas estas prácticas forman parte del proceso en que las infancias y los jóvenes adquieran conocimientos y herramientas, que diferencien reconfigurando tanto sentidos como identidades, respecto al amor propio, a un bienestar no solo físico, sino también emocional y psicológico, que responda a un equilibrio sano y no a afectividades dañinas o abusivas.
Asimismo, los equipos docentes como grandes agentes de cambio -o de retroceso cuando deciden pasar por alto la ley- pueden dar luz a través de un diagnóstico, situaciones que de otro modo se mantienen en la oscuridad y privacidad de los hogares.
Autor: Nadia Quant
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