Por lo quedó dicho en la nota anterior, aunque estas afirmaciones no tengan hoy buena prensa como ya hemos visto, debemos seguir profundizando sobre el particular porque este problema llegó para quedarse. Y debo decir, pese a lo resistido que pueda ser lo que digo, que la desocupación y por lo tanto la delincuencia no tienen solución dentro del panorama social actual. Es mucho lo que se ha perdido, económico, político, cultural, moral, etc., como para poder resolverlo en el corto plazo. Si esto no se entiende seguiremos siendo fácil presa de los cazadores de voto fácil. El nivel de inseguridad va en aumento.
Aunque los dirigentes políticos, técnicos, penalistas, asistentes sociales, sociólogos, propongan medidas de protección, es muy claro que la delincuencia está estrechamente ligada a la desocupación y a la pérdida de la esperanza en un futuro aceptable. Hoy, la facilidad con que tantas veces se aprieta el gatillo desde ciertos sectores, sobre todo en los delincuentes de menor edad, está mostrando una pérdida del valor de la vida. Esta pérdida de valor abarca la vida propia y la de los semejantes. Una lógica terrible sostiene el mundo de esos jóvenes: si mi vida no vale nada para los demás, la vida de los demás no vale nada para mí. De aquí se debe concluir que las consecuencias sociales de las dificultades, que el sistema produce, ponen en tela de juicio el futuro del orden económico y social asentado sobre estas premisas.
La disminución de los puestos de trabajo es una consecuencia necesaria de la tecnificación de la producción en su etapa informatizada, como ya quedó dicho. Y esto no sucede sólo en nuestro país ni sólo en el nivel del trabajo manual en las industrias. También vimos como las reingenierías afectan al sector de mandos medios y de gerencias. Esto tiene también consecuencias sociales como el aumento del consumo de alcohol y drogas en personas que están alrededor de los cuarenta años o más, pertenecientes a sectores sociales medios o altos. El deterioro social no repara en niveles sociales.
Pero, por otra parte, queda también el interrogante sobre la viabilidad de un sistema que excluye a una parte de su potencial comprador por vías de la desocupación. También es evidente, entonces, que produce mayor cantidad con mayor rentabilidad pero distribuye mucho menos, acentuando de este modo el proceso de concentración en manos de los detentadores del capital. Pero este tema tiene más de una arista, no menos significativa, que también coloca en una situación problemática el funcionamiento de una democracia que no atiende estos resultados. Es interesante comprobar que estas conflictividades que se han comenzado a manifestarse hace ya tiempo, y que amenazan con profundizarse en un futuro mediato, no han pasado inadvertidas para las mejores cabezas del país del norte. El ya mencionado Jeremy Rifkin afirma en el libro citado:Justo a las puertas de la nueva aldea global de base tecnológica encontraremos un creciente número de seres desesperados y sin futuro, muchos de los cuales se ven abocados a entrar en una vida de crimen, colaborando de esta forma a la creación de una vasta subcultura criminal. La nueva cultura «fuera de la ley» está empezando a plantear una seria e importante amenaza para la capacidad de los gobiernos a la hora de mantener el orden y de garantizar la necesaria seguridad a sus ciudadanos.
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