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Una democracia con poco trabajo
Categoría: Opinión

Debo insistir -para aportar a la claridad de lo que estas últimas décadas de nuestra historia nos enseñó- que los países centrales, al imponer la división internacional del trabajo, lograron “exportar la desocupación y la explotación” hacia la periferia, y que gran parte del estándar de vida que ellos exhibieron como un logro de su productividad tuvo como sustento la explotación del Tercer Mundo.
Muchos son los autores que avalan con sus palabras y autoridad lo dicho. También opina de esa manera el profesor J. Holloway quien señala el quiebre de las políticas sociales de este modo: “La victoria de Thatcher en 1979 y el triunfo de Reagan inmediatamente después introdujeron una nueva política, más clara en sus propósitos. Ambos decían abiertamente que querían romper con el tipo de relaciones sociales que se había establecido en la posguerra… Ello implicó también un cambio de la posición de los sindicatos dentro de la fábrica. Fue un intento de romper las posiciones conquistadas por los gremios. Por eso la crisis que se abre en los ‘70, y de donde surge la actual reducción de los gastos sociales, consistió también en una crisis de la organización del trabajo”.
Las políticas implementadas en esta línea por el eje que denuncia este autor, Thatcher-Reagan, fueron avanzando en el debilitamiento y la destrucción del poder del los sindicatos, institución que había logrado recuperar derechos sociales perdidos desde la Revolución Industrial del siglo XVIII y avanzado en conquistas paulatinas y sucesivas que la Revolución francesa y su democracia no habían tenido en cuenta. Así, desde mediados del siglo XIX los trabajadores pudieron defender sus derechos sociales y mejorar sus ingresos. El “primer mundo” mostró una mejora del sector trabajador que, como ya fue dicho, se sostuvo sobre la explotación de la periferia colonial. Esto se mantuvo hasta la posterior caída de la Unión Soviética que dejó el campo libre a los apetitos irrefrenables de los empresarios. Se pudo observar entonces la indefensión en que quedaron los trabajadores de la mayor parte del mundo. La desocupación, ya analizada en notas anteriores, deprimió el valor de los ingresos junto a la pérdida de derechos laborales.
Volvamos al tema de la cantidad de puestos de trabajo. Algunos autores han arriesgado la confirmación de la tesis de Jeremy Rifkin sobre “el fin del trabajo”. Por ejemplo, J. Dubois sostiene que proyectando el avance tecnológico actual dentro de los sistemas de producción, según lo permiten prever las investigaciones que se están desarrollando en distintos centros especializados, para el año 2025 habrá trabajo para sólo un 2% de obreros asalariados en el mundo y otro tanto ocurrirá en el sector de los servicios. Aunque pueda parecer una afirmación excesivamente arriesgada, no por ello el problema que señala deja de tener una presencia inquietante. No pocos investigadores han comparado la revolución actual, la tecnológico-inteligente, con la revolución del Neolítico en la que el hombre descubre la agricultura, se enraíza en un territorio y funda pueblos: allí el salto de la evolución impulsó a la humanidad por caminos totalmente nuevos. No es fácil pensar en ese salto que nos prometen pero las primeras consecuencias ya están la vista.

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2007-11-10 00:00:00
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