Esta es una pregunta recurrente, y suele definirse por lo que no es. No tiene dueños, es de todas las personas que la integran; no busca generar lucro sino que se orienta a satisfacer las necesidades de quienes la componen. No responde a la lógica empresarial capitalista, sino que se funda en la voluntad humana y se centra, por lo tanto, en las personas.
El cooperativismo es una filosofía y una doctrina, y es tan sencillo en su búsqueda como complejo en las explicaciones para extraños. Defiende una larga trayectoria histórica de esfuerzos pioneros que lo pusieron de pie, sin embargo, sigue siendo desconocida su índole para una gran parte de la población. Si es posible detenerse a pensar, seguramente, gran parte de la ciudadanía descubra que está asociada a una cooperativa, como la Obrera, que está dedicada al consumo, o la Eléctrica de Punta Alta, que brinda el servicio de luz, conexión a internet y señal televisiva, o disfruta de los parques de la ciudad, que están preservados por varias cooperativas de trabajo locales. Tan silenciosa tarea, tan invisible esfuerzo, tan fundidas en la vida cotidiana y su devenir.
Una cooperativa es una oportunidad de intervenir social, cultural y económicamente dentro de una comunidad. También es una generadora de trabajo, de ideas, de proyectos. Ofrece una dinámica que va a otro ritmo, renuncia a las aceleradas decisiones que impone el capitalismo y propone otra forma de resolver las problemáticas. Mira hacia adentro y busca una expresión que la identifique, elige su campo de acción y se proyecta en la comunidad en la que está inserta. Es en este punto donde teje redes, se entrelaza con otras entidades cooperativas, instituciones barriales, empresas del sector privado, servicios educativos y toda organización que comparta metas humanísticas. Porque, sin dudas, busca mejorar este mundo, por lo tanto de índole política.
Es movimiento, pluralidad y proyección. Se enriquece de las voces que la componen y la visión que comparten, el capital que se aporta para ingresar aumenta año a año para ser repartido al cierre del ejercicio.
Entonces se podría pensar que es contraria al mercado tal como se nos presenta en la actualidad: cruel por ejercer la desigualdad y sin rostro por calculador y orientado a la ganancia como de lugar. Aún cuando esto es cierto, sus mayores enemigos son diarios, y más que el mercado en sí mismo, son las conductas que este nos ha impuesto las que atentan contra su esencia: el individualismo, el sálvese quién pueda, la medida de las personas por la medida de las cosas que posee, el exitismo. Lo que brilla es la carencia: las mezquindades, los personalismos y la quietud conservadora del poder.
Si bien las cooperativas no se desligan de su pertenencia al circuito económico actual y no desean perder su calidad de entidades empresariales, lo que proponen es otra dinámica. En una cooperativa circula la palabra y lo que le falta a una persona asociada se lo ofrece otra, el trabajo es una tarea que se realiza y está respaldada por la mirada de otras y otros que celebran al final del día no saber a quién se le ocurrió la solución. El triunfo es del conjunto. Lo que sé lo doy porque alimenta, es compañerismo, es ayuda mutua, es solidaridad y es la profunda buena razón de la existencia y la vida en sociedad, claro que del lado más luminoso de la humanidad.
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