Algunos lectores se preguntarán por qué recurrimos a una encíclica para reflexionar sobre los temas que vengo proponiendo. La pregunta me parece importante y no creo que deba soslayarla. Por tal razón voy a avanzar en algunas consideraciones sobre el particular. Ya dije en alguna oportunidad y, aunque el tema es especialmente complejo y la nota periodística es muy estrecha para desarrollar esta problemática, voy proponer algunas líneas de pensamiento al respecto.
Nosotros pertenecemos a una cultura, la occidental moderna, uno de cuyos rasgos más importantes es el de afirmarse en un tipo de racionalidad. Este tipo, dado que hay otros en otras culturas pero que el predominio globalizado ha impuesto en los últimos dos siglos, se ha visto fuertemente influido por los avances científicos y técnicos. La racionalidad científica es fundamental para la investigación en el ámbito de la naturaleza, y en este terreno Occidente ha avanzado como no lo han hecho otras culturas. Pero esos éxitos han empujado a la reflexión sobre los problemas del hombre, sociales e históricos, por los mismos caminos y los mismos métodos que estrecharon la comprensión sobre ellos.
Por esta razón las llamadas ciencias sociales se fueron perfilando en su conformación bajo el amparo, casi de dictadura, de las ciencias llamadas duras o naturales. De esto se desprende que muchos problemas no han sido abordados con la amplitud que requerían y la profundidad necesaria. El cálculo matemático, la experimentación de laboratorio, fueron el paradigma de la investigación sobre el hombre. La neutralidad valorativa, es decir mirar lo humano como si fuera un objeto cósmico, fue el modelo imperante. Por ello la excesiva fragmentación de los conocimientos de las ciencias sociales, psicología, sociología, ciencias políticas (¿¡se las denomina en plural!?), historia, etc., ha imposibilitado tener una mirada abarcadora y comprensiva sobre la problemática social.
La Doctrina Social de la Iglesia, siguiendo los pasos originales, no renunció a su vocación de pensar sobre el hombre y lo social como una unidad inescindible. No por ello se desentiende de los avances de las ciencias sociales, pero los coloca dentro de un marco mayor que le otorga coherencia y sentido. Dice Pablo VI: La presente situación del mundo exige una acción de conjunto, que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales, y sostiene después: El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Así podrá realizarse, en toda su plenitud, el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas.
La pregunta previa se contesta, entonces, desde una vocación por el hombre, por la mayor humanidad del hombre (esto no es un simple juego de palabras, basta con mirar muchas regiones del mundo de hoy para ver la reducción a la animalidad de muchas personas). Este humanismo de tradición judeo-cristiana es el cimiento de todas las reflexiones que propongo y sobre las que iré avanzando, como marco de comprensión de la necesaria -tan prometida, tan poco practicada- democracia. Es, sin duda, una toma de posición. Por tal razón la hago explícita, para no encubrir lo que debe ser manifiesto.
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