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Deuda ambiental bahiense
Categoría: Opinión

A nadie escapa que la Tierra es nuestra casa, la casa de todos y de todas. Y que los cuidados que no hagamos de ella perjudican a toda la comunidad, la presente y la futura.
En Bahía Blanca sobran ejemplos de que no existe sobre el tema la debida conciencia ni en la sociedad en su conjunto, ni en la clase dirigencial, principalmente.

Comenzar esta mirada retrospectiva en materia ambiental de la última década, en coincidencia con el nacimiento de EcoDias, haciendo la aseveración de que en Bahía Blanca maltratamos permanentemente a nuestra Madre Tierra quizás sea una imagen muy fuerte.
La contaminación es inherente a toda actividad humana. Como ciudadano, uno ve que hay factores macro -cuya incidencia está restringida a un grupo reducido, integrado por gerentes de empresas multinacionales, bufets de abogados y contadores locales, especialistas en comunicación y administradores de los estados provincial y municipal, por mencionar algunos-, y otros factores micro, en los que la comunidad organizada podría participar gustosamente si existiera la visión y la voluntad política por parte de los dirigentes de generar cuidados paliativos en el marco de una relación amorosa con nuestro hábitat.

La contaminación al sur
En los próximos días se cumplirán también diez años de aquel mortal escape en las plantas del polo petroquímico cuyas consecuencias no las pagaron los habitantes bahienses sólo porque ese día el viento sopló en dirección contraria a la ciudad. Después vendría la creación de una tasa ambiental para monitoreo y control de las industrias de tercer grado, que lleva a cabo el Comité Técnico Ejecutivo, cuyas dificultades operativas surgen periódicamente a partir de la notoria asimetría entre las dimensiones de este organismo y las industrias monitoreadas.
Las altas chimeneas no reducen la cantidad de contaminantes, simplemente los emiten a mayor altura, reduciendo así su concentración en un solo lugar. Estos contaminantes pueden ser transportados a gran distancia y producir sus efectos adversos en alejadas áreas del lugar donde ocurre la emisión.
Los incesantes esfuerzos de la agencia de publicidad que maneja la comunicación de las empresas del polo petroquímico, las publicaciones amistosas del diario local y los enormes silencios de los conductores de la radio AM más escuchada, no pueden ocultar las sensaciones y miedos de una población que no duda en asentir toda vez que un profesional alergista u oncólogo se refiere a los problemas sanitario de diversa índole.

Qué se podría hacer
Algunos autores utilizan un término -“ecología urbana”- para englobar todas aquellas acciones que los ciudadanos pueden realizar desde sus prácticas cotidianas en pos del cuidado del medio ambiente. Para que no sean definidas como espasmódicas, requieren de una actitud de vida que las sustente. Y volviendo a la cuestión de la comunidad organizada, necesitan sí de un estado -en este caso municipal- que les dé un marco general para que todos y todas sientan que sus esfuerzos no se dilapidan a la vuelta de la esquina.
A primera vista, aparecen dos ejemplos de cuestiones pendientes: el uso de los automóviles y la separación de los residuos sólidos urbanos.
Las emisiones de dióxido de carbono e hidrocarburos contribuyen al calentamiento global. Además de ser fuente de contaminación del aire, los automotores generan contaminación sonora. Los estudios que comparan epidemiológicamente áreas urbanas y áreas rurales refieren que los casos de enfermedades respiratorias son mayores en las primeras.
A las alternativas que exceden la injerencia de un gobierno municipal -por caso, la modificación de motores de combustión interna, el empleo de carburantes sustitutivos de la gasolina y el desarrollo de fuentes energéticas alternativas tales como la eléctrica- aparece uno que en nuestra ciudad está demasiado lejano en el horizonte: el mejoramiento del transporte público con el fin de disminuir el tránsito urbano. Nadie puede decidirse a bajarse del auto si no se le asegura un medio de transporte previsible y seguro.

De la basura se ha escuchado bastante, desde el “shock” que enunciara el otrora funcionario municipal Iván Budassi, que pretendía que toda la ciudad se sometiera de golpe a la separación de residuos sólidos urbanos, sin considerar el proceso educativo que conlleva semejante cambio cultural, hasta las reuniones que convoca periódicamente el actual subsecretario de Gestión Ambiental para anunciar que “ya” se está a las puertas del cambio de sistema de tratamiento de los residuos.
Buena parte de la ciudad cuenta con un sistema de recolección de residuos negativo por razones ajenas a la empresa a cargo del servicio. Partiendo de la base de que es costoso e innecesario que el camión pase por la puerta de cada domicilio y se detenga, pudiendo contar con acopios en las esquinas, varias ciudades de la Provincia de Buenos Aires han implementado con éxito la separación de residuos en domicilio, contando para ello con campañas en las que permiten vincular al vecino con la problemática y su posible resolución, echando mano de pequeñas acciones: contar con una caja donde depositar el papel, sin hacer bollos, y una vez que se hayan agotado sus usos; disponer las botellas plásticas aplastadas y de vidrio en un recipiente distinto; generar un compostado familiar con los restos de vegetales y verduras – existen distintos modelos según se viva en casa o departamento-; entre otras. Está demostrado que, ejecutando estas acciones mínimas, una familia bahiense de cinco personas saca una bolsa de basura a lo sumo tres veces a la semana.

Pablo Bussetti es director del periódico EcoDias.

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2010-08-07 00:00:00
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