Sábado
19 de Junio, 4 de la mañana. Criado a campo, me levanto temprano, busco leñita
fina y enciendo el fuego, la calefacción moderna es muy linda y práctica, no lo
niego, pero disfruto prendiendo fuego, leña me trae un buen amigo caminador de
pueblos como yo.
“Anduve de pago en pago y en ninguno me quedé” (Don Ata).
Tomo algo caliente, abro la tranquera de los recuerdos y, teniendo papel y
lápiz, me entrego a la memoria, y al lápiz.
Un periodista en Estados Unidos visitó a Einstein en su casa, esperaba
encontrar grandes bibliotecas, escritorios rebosantes de libros y le preguntó:
“¿Dónde tiene su laboratorio?”. Einstein sacó de su bolsillo un pequeño lápiz
(con mina de carbón), señaló la punta y le respondió: “Este es mi laboratorio”.
El tren local de Algarrobo a Bahía Blanca arrancaba como a las 5 de la mañana,
pasaba por Levalle, Médanos, Mascota, Argerich, Bahía Blanca.
El pueblito de Algarrobo era chico, había policía y si se tenía que meter a
alguien preso se usaba un viejo vagón de ferrocarril, tenía club, cancha de
paleta y hotel.
Allí tenía una pieza al fondo que era de los ferroviarios, se traían pilas de
leña de los montes próximos, para alimentar a las locomotoras y un tanque de
agua.
Como todo tren tenía su furgón de cola, privativo del guarda.
Había palas anchas en cantidad pues era común que se cubrieran de arena las
vías y los pasajeros ayudaban a despejarlas.
Mi abuelo me llevó en tren a Bahía, anduvimos en el tranvía y conocí la casa
donde Roberto J. Payró tenía su imprenta -en San Martín al 100-, como escritor
costumbrista nos dejó obras como “El casamiento del Laucha”.
Le decíamos tren lechero, pues los tamberos acarreaban los tachos con leche.
Muchos jóvenes viajaban diariamente pues estudiaban en el colegio secundario de
Bahía.
Los sacos de correspondencia se descargaban en cada parada del tren, el charré
y el cartero las recogían y distribuían; era el cordón umbilical que nos ligaba
al mundo, recibir una carta tenía sus pro y sus contra, todos los vecinos se
enteraban: “A fulano le llegó carta”.
La caldera a leña era una tentación. ¡Si habremos comido chorizos caseros que
los poníamos sobre una pala toda de hierro y la metíamos a la caldera!
De eso han pasado 75 años, atizo el fuego, le agrego un tronco (“Como arrimando
leñita al fuego”, Don Ata), y continúo.
Ahora doy paso al paisano de pata al suelo, con mezcla de indio ilustrao, como
también cantara el gran Atahualpa.
Amo al campo y a su gente, cada pueblo tiene su encanto, su historia y en cada
uno abundan personajes que le dan colorido.
A mi casa todavía hoy concurren jóvenes del arte y la cultura, científicos de
la universidad, personas con inquietudes, es muy poco lo que salgo.
Topé días pasados con un joven político, tuvimos una charla muy linda.
Tengo ante mí la obra “Informe sobre el estado de la clase obrera. Tomos I y
II” de Bialet Masse, el libro “Patagonia. Año 2000” de Domingo Pronsato, “Los
terratenientes derrocaron al Gobernador Allende”, un folleto del Ing. Ricardo
M. Ortiz, sobre los ferrocarriles en Bahía Blanca, otro sobre la literatura en
Bahía Blanca, un libro municipal de la edificación Municipio de Bahía Blanca y
la Historia de la Provincia de Buenos Aires, Fundación de sus pueblos y
ciudades.
Extractos de cada uno ya tienen destino, me gusta sembrar y, si el tiempo
acompaña, tendremos cosecha.
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