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Marcas del espacio y de la historia
Categoría: Interés general

Un barrio. Un descampado. Un monolito sin identificación. Una historia reconstruida. La Memoria recuperada.


“Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva, que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria…” (Leopoldo Marechal).

Para un sector de la ciudad, Millamapu, todo comenzó con la rotura de una de las bicicletas de un grupo de chicos que paseaba por ese barrio. Llegaron a pedir ayuda a la casa de Perla Flores, hoy recibida de técnica universitaria en Gestión Cultural y Emprendimientos Culturales.
A partir de este hecho, Perla se encontró con un monolito sin identificación en lo que en ese momento era un descampado del barrio, y generó la creación de un trabajo para la carrera que cursaba, sobre las marcas en el espacio.
“Llegué a esa marca en el verano del 2002, porque unos chicos fueron a mi casa en busca de ayuda porque se les había roto la bicicleta y los acompañé hasta el lugar y encontré el monolito sin identificación. Me di cuenta que esa marca significaba algo a pesar de no tener identificación. En ese momento no era una plaza, era un descampado con yuyos, y el monolito no tenía nada”.
Ese monolito al que se refiere Perla corresponde al homenaje que sus compañeros le hicieran en el año 1998 a los trabajadores gráficos secuestrados y asesinados, Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola, trabajadores y delegados de los obreros gráficos del diario La Nueva Provincia. Pero hasta ese momento, ni Perla ni el barrio sabían del patrimonio con el que contaban.
“
A partir de eso empecé a preguntar, por curiosidad y cuando le consulté a la gente del barrio, a la sociedad de fomento, los vecinos, nadie sabía a quién correspondía ese monolito”.
Pasó un año y medio hasta que Perla encontró más información: “Encontré a un hombre -porque siempre recorría el lugar que queda a cinco cuadras de mi casa- que me contó que ese monolito era en homenaje a dos trabajadores gráficos desaparecidos en la época de la dictadura militar. Yo la historia la conocía pero no podía entender por qué lo teníamos ahí, o si era verdad…”.
Así llegó el 2006. Un nuevo 30 de junio, fecha en la que se realizó un acto por el aniversario del secuestro de los obreros.
“En ese acto encontré a Jorge Molina y allí comprobé que era verdad, que el monolito era en homenaje a Heinrich y Loyola. Justamente, al tiempo tuve que hacer un trabajo para la carrera de Gestión Cultural relacionado con el barrio donde vivíamos, y pensé: ¿qué mejor que el barrio y la Sociedad de Fomento se entere la historia que tiene de un monolito, para rescatarlo como bien patrimonial?”.
De esta manera continuó la investigación, ya con algunos datos firmes que le marcaron el camino.
“Como ya sabía que eran gráficos, me fui al Sindicato de los Gráficos. Ellos me enviaron a la casa del señor Molina -en realidad, me dijeron que vivía en una zona-, y fui a buscarlo casa por casa, en el radio de las dos cuadras que me dieron, hasta que una vecina me llevó hasta la casa. Cuando llegué a Molina, le expliqué que estaba haciendo un trabajo para la universidad y me facilitó documentación”.

Conocer la historia
El camino continuó por el Concejo Deliberante en busca de las ordenanzas que le ponían nombre a las calles, datos que encontró, aunque nunca dio con la información sobre el monolito.
“La nominación de la calle de Heinrich se hizo en el año 1998 y la de Loyola en el 2000.
El monolito se colocó en el lugar en el año 1998 pero no existe registro documental en ningún lado de esto último. El lugar donde se ubicó el monolito, según me contó Molina, tiene que ver con que en el momento de elegirlo, Molina quiso que sea un lugar con perfil obrero, y en ese momento Millamapu respondía a ese perfil. Todo el mérito es de él (Jorge Molina), el monolito es gracias a él, el nombramiento de las calles también, es una persona que ha trabajado muchísimo por resguardar la memoria”, dice Perla corroborando lo que saben quienes son cercanos a esta historia.
En el Concejo Deliberante el día 7 de julio de 1997, se sancionó con fuerza de ordenanza y en tres artículos bajo el expediente 573-HCD-96, la designación del nombre de Enrique Heinrich a la calle diagonal que cruza desde Remedios de Escalada y Molina Campos a Ratreador Fournier y Ruta 3.
El 27 de julio 2000 se designó con el nombre de Miguel Ángel Loyola a la calle sin nombre que en diagonal cruza desde la esquina de Florencio Molina Campos y Rastreador Fournier a la intersección de las calles Remedios de Escala y Jorge Newbery, en forma transversal a Enrique Heinrich, bajo la ordenanza Nº 11.042.
“Cuando lo terminé, lo llevé a la Sociedad de Fomento con el objetivo de que se sepa y se valore, y el objetivo se cumplió porque ahora el barrio tiene una mirada distinta. Ahora el barrio participa de los actos en el monolito, están trabajando para forestar la plaza. Al principio la plaza no tenía forma de nada, ahora tiene forma circular”.
“La gente del barrio cuando se enteró de la verdadera historia se quedó sorprendida y muchos se quedaban en silencio. Para el trabajo, yo hice encuestas en el barrio para ver si sabían algo, si alguien me podía aportar algún dato, pero de las 100 familias a las que encuesté nadie sabía, no tenían ni idea. Cuando supieron la historia, la mayoría conocía la desaparición de Heinrich y Loyola, pero no sabían que en su barrio, a la vuelta de la esquina, existía un monolito en honor a ellos”.
Este trabajo fue tomado por el Archivo Histórico, que no tenía información al respecto y a partir de eso el monumento fue incorporado como Patrimonio Cultural de la ciudad.


Así es de fuerte la Memoria. A 33 años del secuestro y asesinato de Heinrich y Loyola, los trabajadores del diario La Nueva Provincia, es importante reconocer estas marcas en el espacio y en una historia que, sin éxito, pareciera que se quiso borrar con el silencio y el paso del tiempo.

La historia de los obreros a la tele
Enrique Heinrich era maquinista en el sector de rotativas del diario La Nueva Provincia y secretario general del Sindicato de Artes Gráficas de Bahía Blanca, Miguel Ángel Loyola era esterotipista y tesorero.
El 30 de junio de 1976 los secuestradores se instalaron en la casa de Loyola. Lo esperaron hasta que llegara de su trabajo en la rotativa del diario. Cuando llegó Loyola, los testigos del secuestro, siete personas, incluida su mujer embarazada, fueron inyectados para dormirlos, presumiblemente por un profesional de la salud.
Desde allí fueron a buscar a Heinrich que vivía con su esposa y cinco hijos en una casa de un dormitorio. Rompieron la puerta, lo encañonaron y mientras los chicos lloraban y la mujer intentaba detenerlos, Heinrich pidió que no le pegaran delante de sus hijos. Lo hicieron vestirse y se lo llevaron.
Durante cuatro días estuvieron desaparecidos. En esos días, La Nueva Provincia nada publicó sobre sus trabajadores.
El domingo 4 de julio una familia encontró los cadáveres con las manos atadas en la espalda, con signos de torturas y muchos tiros. 52 vainas calibre 9 milímetros se encontraron alrededor de sus cuepos masacrados.
Dos días después del hallazgo una mínima nota de veinte líneas bajo el título “Son investigados dos homicidios”, aparecía en el diario La Nueva Provincia.
Nada más se leyó en sus páginas en estos 33 años sobre sus dos obreros secuestrados y asesinados.
El pasado martes 14 de julio, el caso de Heinrich y Loyola fue reflejado en el programa documental “La historia presente”, que se emite por Canal 7 nacional. Tres diarios y su relación con la dictadura fue el marco de las presentaciones. De los tres diarios, solamente de dos -El Día de La Plata y Buenos Aires Herald- hablaron sus directivos.
Por La Nueva Provincia, el silencio.
 
La historia del barrio
A partir del trabajo específico del monolito, surgieron datos de la historia de Millamapu como el verdadero nombre de la plaza donde está situado el monolito, “Ciriaca Palau de Laspiur”, dato obtenido por Perla en Dirección de Catastro de la Municipalidad.
Conocer esa porción de la historia del barrio cincuentenario, despertó en los vecinos nucleados en la Sociedad de Fomento la necesidad de conocer más, por lo que le pidieron a Flores que continúe con la investigación.
“El barrio tiene 50 años, el nombre -que significa esa voz mapuche, tierras de oro- fue nombrado por un vecino del lugar que aún hoy vive allí. A esta persona lo encontré en la calle, yendo a la Cooperativa, comenzamos a hablar y me contó la historia del nombre. Él en ese momento estaba al frente de la Sociedad de Fomento, y tomó la decisión personal de ponerle ese nombre”.
Además de los testimonios de los vecinos, se han recolectado fotos de más de 50 años, desde las primeras construcciones, hasta las plantaciones que había en el lugar.
“Las tierras que en la actualidad se conocen como Millamapu, eran de la propiedad de Hortensia Cabrera, cuya familia tiene una historia de 140 años de historia en Aldea Romana. Tenían esas propiedades y las dividieron entre sus descendientes. La parte de Diógenes Cabrera fue puesta a la venta hace 50 años y a partir de allí se comenzó a poblar lo que hoy es el barrio. Antes había actividades de campo, se cosechaba trigo, era todo campo”. La primera familia es de apellido Navarrete, ellos viven en Millamapu desde el año 1962.
El último censo del año 2001 arrojó un resultado de 1012 habitantes y un total de 405 hogares. Hoy promedia los 600 hogares.

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2009-07-21 00:00:00
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