Cuando el pasado 5 de agosto a primera hora de la tarde una enorme roca de aproximadamente un millón de toneladas se sentó sobre los túneles y la rampa de acceso de la mina chilena de San José, muchos consideraron que no había posibilidades de sobrevida de los 33 mineros que quedaron atrapados por el incidente. Pero como ocurre en estas catástrofes, ni familiares ni compañeros quisieron rendirse y presionaron un intento de contacto que parecía imposible.
La empresa privada propietaria de la mina no quiso asumir el operativo de rescate, que quedó en manos del estado chileno y colaboraciones espontáneas de municipios vecinos. Los técnicos aceptaron el desafío y trabajaron superando las innumerables dificultades y problemas que se presentaban. Y tras 17 días sin señal alguna de las entrañas mineras, llegaron a los casi
Incumplimientos en seguridad
La mina San José está situada a unos 50 kms. de Copiapó, en la región de Atacama y es explotada de forma casi continua desde 1869 con métodos casi artesanales por una empresa privada. La extracción de cobre requiere construcción de túneles y movimientos de material con equipo mecanizado.
Los sindicatos mineros chilenos han denunciado reiteradamente que la ambición empresarial llevó en los últimos años a una progresiva reducción de los taludes de roca entre sección y sección de la veta en explotación. De treinta metros iniciales, como mínimo, se llegó a sólo diez metros de separación. Por una cuestión de física gravitatoria y mecánica de rocas, el peso del cerro tiende a llenar el vacío que van dejando los túneles. Entonces, si no se construyen fortificaciones y acuñaduras con pernos y mallas, una parte del cerro corre el riesgo de sentarse, como se denomina en lenguaje minero. Y eso es precisamente lo que ocurrió aquel fatídico 5 de agosto en el nivel 350 aproximadamente, dejando atrapados a los mineros en el interior del cerro.
La mina de San José tiene una historia de accidentes graves. Entre 2006 y 2007 hubo dos derrumbes que dejaron tres muertos y 180 heridos. La mina estuvo un tiempo clausurada, pero luego fue reabierta en un procedimiento que todavía es investigado por las autoridades competentes. El pasado 8 de julio,
Que Dios perdone a los dueños de la mina
Serenados los ánimos tras el júbilo del contacto con los sobrevivientes de la tragedia, reaparece el tema de las responsabilidades por lo sucedido y los sindicatos mantienen sus duras críticas sobre las cuestiones de seguridad. Pero la mayoría de la prensa chilena prácticamente ignoró desde un comienzo la posición de los dirigentes y de la propia CUT (Central de Trabajadores) e incluso los comentarios de algunos de los compañeros de los mineros sobre las cuestiones de seguridad en San José.
Rodolfo, un minero de 58 años expresó que siempre han vivido y trabajado con la presión de conocer los riesgos, pero también con la imperiosa necesidad de llevar el sustento a sus familias. La primera carta que llegó desde las profundidades de la mina, era de Mario Gómez, de 63 años, el más veterano de los mineros atrapados. Su mujer Lilian Ramírez, destinataria del mensaje, dijo profundamente emocionada: «Que Dios perdone a los dueños de la mina, por no acercarse a la familia, por no avisar a tiempo, por no pedir ayuda cuando ellos no pudieron hacer nada.
Y a continuación ratificó que los familiares querellarán contra los propietarios de la mina. La empresa privada anunció que puede declararse en quiebra, lo que es interpretado como una maniobra para eludir su responsabilidad en el incumplimiento reiterado de normas de seguridad y por tanto de lo sucedido en el socavón de Copiapó.
El rescate puede durar meses
Primero se hicieron llegar bebidas reconstituyentes, alimentos diluidos y medicinas por el orificio existente. Luego se abrieron otros dos, a fin de poder bajar las «palomas» como se llaman los tubos de 1.70 de largo, donde se colocan los distintos elementos que se envían a los mineros. Ahora se abre un intenso y difícil trabajo para conseguir horadar la montaña con un diámetro de aproximadamente
Los mineros chilenos están vivos pero tienen por delante una angustiante espera en condiciones muy precarias. Los expertos señalan que uno de los elementos más preocupantes es la situación anímica y sicológica de los mineros sepultados en las entrañas del cerro que deberán aguantar su penoso encierro con temperaturas superiores a los 35 grados, un 95 por ciento de humedad y polvo en el ambiente.
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