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Nuestros periodistas de cada día

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Ricardo Vicente López

En pequeño Artículo 4

En un texto que se lee en las carreras de comunicación -y permítanme callar
más datos-, se enfrenta uno con lo siguiente: “Es la misión más hermosa de
la comunicación: el entendimiento con los demás, la vivificación de la vida
comunitaria que es la vida de todos. La auténtica comunicación debe buscar
unir y ser veraz, procurando poner énfasis en lo bueno que tiene ‘el otro’,
sea una persona, una institución o un pueblo. En la medida en que una
columna de opinión, o un comentario de tertulia, aciertan a transmitirnos
una realidad o un punto de vista que desconocíamos -un hecho alegre o
desolador para una persona o un pueblo, por ejemplo- ya nos están sacando
del aislamiento y uniéndonos a los demás. Pueden -y deben- despertar en
nosotros el interés por lo que sucede a otros, padecer con ellos, movernos
a pensar remedios: hacernos más solidarios. Además, ha de ser un trabajo
veraz, que es otro aspecto sustancial de la comunicación. Hay que acercarse
a las personas y los sucesos con gran respeto a la realidad, sin retorcerla
por superficialidad o buscando un provecho. Respetar la realidad requiere
cierto esfuerzo: hay que contrastar los datos y fundamentar las opiniones,
sobre todo cuando está en juego el buen hacer o el buen nombre de otros. Y
requiere sobre todo honradez intelectual, para no convertir la comunicación
en instrumento de poder, de propaganda, o en simple engaño”.
El problema, del que debemos hacernos cargo, es que cuando se hacen
encuestas sobre la credibilidad del periodismo, se encuentran respuestas
que se encuadran en esta angelical definición. Muchos de los “periodistas”
que salen de tales institutos o facultades afines a la comunicación, en las
que aprenden con profesores que ya trabajan en determinados medios, se
repite sin el menor pudor palabras como las leídas más arriba. El alumno,
cuando al egresar sale a trabajar, lo hace con un grado de inocencia,
ingenuidad, además de gran ignorancia, que da espanto. Pero, se dirige a un
público que lleva encima un largo acondicionamiento por parte de los medios
concentrados.
Si esta afirmación puede resultar exagerada, perversa, mal intencionada,
propongo un ejercicio de la memoria. Volvamos a la década de los ochenta y
comienzos de los noventa, no tanto tiempo atrás. Recordemos lo que todos
esos medios, ya concentrados, dijeron con “la certeza de un investigador o
de un catedrático”, avalados por comentaristas internacionales “muy
serios”, acerca de las empresas en manos del Estado y a la necesidad de ser
privatizadas. Algunos de ellos no informaron que mientras se postulaba para
nuestro país la necesidad inmediata de desprenderse de ellas, en los países
centrales los ferrocarriles eran del Estado, empresas fabricantes de
automóviles también eran estatales, nuestra aerolíneas eran malvendidas a
un estado, lo mismo que nuestro petróleo, etc. Muchas de ellas nos
atormentan hoy con las dificultades que esas privatizaciones nos han
provocado.
¿Cómo es posible comprender que una parte importante de nuestros
compatriotas le sigan creyendo a esos medios que mintieron, ocultaron,
distorsionaron la información publicitada? ¿Que las opiniones que se
vierten en las charlas cotidianas estén condicionadas por una información
sesgada por los intereses de los grupos inversores internacionales? Sin
todo esto no es posible hablar sobre la información que nos llega sobre el
delito cotidiano.

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2011-10-25 10:11:13
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