Al momento de leer la entrevista al concejal Lliteras que publicamos en esta edición, nos llevó a reflexionar sobre algunas cuestiones que exceden el tema de la recolección de residuos urbana informal, ya que pareciera no tenerse en cuenta algunos puntos. Las razones, tal vez, pueden ser por desconocimiento de la problemática o por poca profundización en la misma. Un filósofo francés se refería al pavor que produce embarrarse los zapatos, aunque no descartaba la famosa desidia intelectual.
En principio cabe destacar que Cartonero no es el término correcto para designar a los que andan con carros levantando ya no cartón en el macrocentro de la ciudad: miles de bolsas de residuos sólidos urbanos son retiradas diariamente por estos carros antes de la pasada de la empresa recolectora de residuos.
Esta gente -como llama el concejal Lliteras a quienes subsisten gracias a la recolección informal de residuos- necesita más que una normativa que los deje en el mismo lugar en el que están cuando la idea es crear una suerte de registro. Justamente menciona el concejal como premisa general la posibilidad a través de estos mecanismos de incluirlos en trabajos más formales. La pregunta es: ¿Cómo? ¿En qué trabajos más formales se los incorporaría en esta ciudad que históricamente ostenta uno de los índices más altos de desocupación? Las respuestas a estas preguntas no llegan porque creemos que ni siquiera se sospecha cómo hacer para incluir a quienes fueron expulsados hasta de los márgenes del sistema.
No es entonces descabellado descubrir que pensar lo social pasa por asistirlos con materiales: da cuenta de que el modus del asistencialismo es moneda corriente en aquellos que deberían apostar a políticas sociales profundas. Todo muy parecido al discurso de Mónica Grimberg, con quien Lliteras compartió gabinete durante casi 2 años en la gestión Lopes.
Casi como una moda, el sistema cooperativista es visto como la solución mágica a la problemática social. Pero no se tiene en cuenta que la conformación de espacios democráticos de carácter comunitario y cooperativo es difícil de sostener sin una real planificación, sin seguimiento y sin contención de equipos que estén preparados no sólo en los aspectos teóricos. No estamos lejos en el tiempo de aquellos proyectos superadores con el tema de la basura que salieron de la boca del entonces intendente Lopes y que llevó a la Ecoplanta de Cerri a lo que es hoy.
Por otro lado, creer que una empresa privada con las características y maneras que tiene Cliba en nuestra ciudad -y en el país y en Latinoamérica, también- puede llegar a hacer aportes y sugerencias desinteresadas en materia de educación ambiental o a favor de la recuperación de residuos, parecería ser parte de un sainete.
A veces no basta con registrar y saber cuántos y quiénes son esta gente que de pronto en el discurso se transforman casi por arte de magia de cartoneros a recuperadores urbanos. El cambio no es lingüístico. El cambio de vida de quienes viven de la basura llegará progresivamente con el cambio de la mirada de los políticos que -a fin de cuentas- son quienes van delineando las políticas del estado, acompañado esto por un trabajo conjunto en una sociedad que también esté dispuesta a cambiar, más allá de la cuestión estética de no querer hacer desaparecer los carros como parte del paisaje urbano.
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