Hace ya un mes que el torpe golpe ejecutado por militares, y producto de la conspiración de la oligarquía hondureña, provocó que a las 6 de la mañana el presidente constitucional de la república, Manuel Zelaya Rosales, fuera sacado del país en pijama y a punta de fusil.
Cuando advirtieron que la comunidad internacional no tragaría con semejante salvajada, se inventaron una falsa renuncia del presidente por razones de salud. Olvidaron que al presidente lo habían expulsado, no asesinado. Por tanto, mientras ellos hacían solemne relevo por la vacante, Zelaya, en conferencia de prensa en Costa Rica y acompañado por el presidente Arias y representantes de la OEA, denunciaba el vulgar golpe militar. Tardaron otras 24 horas entonces, en inventarse quince cargos judiciales contra Zelaya. Como presumirán los lectores de EcoDias, hasta ese domingo Zelaya no tenía ninguna causa ni denuncia judicial en su contra. Le armaron quince cargos y entonces la Corte Suprema, tan comprada como el general Romero Vásquez, ex integrante de una banda de ladrones de coches cuando tenía grado de mayor, resolvió destituirlo.
La Constitución, bien, gracias. A ellos no les importan esas formalidades. Hasta el gobierno de Estados Unidos y también el de Colombia, futuro territorio libre de soberanía porque se convertirá próximamente en asiento de cinco bases militares norteamericanas, tuvieron que condenar esta violación del proceso democrático y del estado de derecho en Honduras. La unanimidad demuestra la torpeza golpista. Fueron tan brutos que ni siquiera intentaron maquillar o disimular de una forma más inteligente lo que querían hacer: tomar el poder, y anular las conquistas sociales otorgadas por el gobierno de Zelaya, como por ejemplo el aumento del salario mínimo para que los empobrecidos, la mayoría de los ciudadanos hondureños ya que son casi el 80% de la población, pudieran al menos vivir con algo más de dignidad.
Eso los oligarcas y los terratenientes lo consideraron una medida revolucionaria. Como disponer controles sobre las empresas petroleras transnacionales. O extender el sistema educativo y dar protección social a zonas y regiones hasta entonces marginadas.
Desde entonces, la pandilla de asaltantes encabezada por un oportunista diputado a quien se le imputan vínculos con el Cartel de Cali, llamado Roberto Micheletti, comenzó a ejecutar su plan democrático. Empezaron por decretar el toque de queda, porque a pesar de que según ellos todo está normal en Honduras, hay que tratar de que nadie asome la cabeza. Después, siguieron por la suspensión de todas las garantías constitucionales, lo que favoreció que sus bandas de paramilitares pudieran salir al atardecer a secuestrar y asesinar opositores, hasta ahora una decena de personas, entre ellos un periodista y dos dirigentes de los movimientos sociales.
Han cerrado canales de TV y radios que no dijeron amén a lo que ellos llaman «sucesión presidencial», pensando que el resto del mundo es idiota, o está distraído y no se dio cuenta que es un golpe cuartelero, además pésimamente ejecutado. Con la mayoría de los medios privados, no hizo falta tomar medidas. Como en otras partes del mundo, ellos saben dónde están los poderosos y siempre tratan de recostarse en ellos porque sus intereses son coincidentes. Ahora se aprestan a gobernar hasta enero del 2010 cuando vencía el mandato de Zelaya. En ese tiempo piensan poner orden y arreglar las cosas como para que las elecciones las gane una persona que pertenezca a la honorable sociedad, en la expresión mafiosa del término.
Frenar los cambios
La oligarquía intenta detener esta deriva democrática. Fíjense que Zelaya pretendía para las elecciones de noviembre, donde deben elegirse presidente, diputados y alcaldes, poner una cuarta urna para consultarle al pueblo si le parecía bien que fuera convocado más adelante un referéndum para reformar la constitución, un texto desfasado y hecho a la medida de la continuidad de las minorías que siempre han gobernado Honduras. Ese hecho de consultar democráticamente al pueblo, fue considerado delito. Y para solucionar lo de la urna, llamaron a los de los fusiles. Vaya solución democrática que encontraron…
Los países del Alba, Mercosur, la OEA con sus 37 países miembros, la Asamblea General de las Naciones Unidas por unanimidad, han condenado el golpe y exigido la restitución de Zelaya. Algunos soterrados apoyos tendrán estos gorilas golpistas hondureños, para insistir en que ellos seguirán adelante a pesar de lo que les diga el mundo. Algunos sospechamos que el golpe fue tan torpe, que aquellos que se frotan alegremente las manos por el desplazamiento de Zelaya, no pueden decirlo públicamente. Y entonces, le susurran a la pandilla que se instaló en Tegucigalpa que es cuestión de tiempo.
Ya la comunidad internacional se acostumbrará a verlos como gobernantes, como se acostumbra a ver a Gaza bloqueada con un millón y medio de palestinos encarcelados en ese perímetro cercado por los soldados israelíes. O como tantos lugares del mundo donde la fuerza militar controla a los pueblos sometidos. Es cuestión de tiempo muchachos, deben haber dicho -en inglés, claro- los halcones republicanos y algunos demócratas que no tragan al negro Obama, no sólo por negro, sino por demasiado demócrata.
La pandilla gobernante en Tegucigalpa y quienes manejan los hilos han cumplido un mes con su particular democracia. Unas formas que nos retrotraen 30 o 40 años en la historia latinoamericana. Porque la «democracia» de Micheletti, denominado Goriletti por muchos hondureños, consiste en gobernar sin garantías constitucionales, y mantener a la policía y al ejército permanentemente en las calles de ciudades, pueblos y carreteras. Comenzó con un toque de queda de seis horas, pero a medida que la situación se fue «normalizando», pasó a doce y ahora en las zonas de frontera a dieciocho horas. Sólo seis horas para salir de casa, eso sí, vigilados a punta de bayoneta. Y a eso le llaman orden y libertad. No nos extraña demasiado. Los argentinos ya conocemos esa tergiversación del sentido de las palabras en boca y textos de los uniformados golpistas de todo pelaje, circunstancia que hace más de 30 años explicó y denunció nuestro Julio Cortázar.
Como latinoamericanos, seguimos confiando en que esta tropelía de los golpistas hondureños y sus «sponsors» de la extrema derecha de estados unidos y del continente, termine pronto. Fundamentalmente, deseamos que el pueblo hondureño pueda ser soberano de su propio destino, que es lo que ofrecía Zelaya con su participación democrática en las urnas. Y que puedan colocar en su lugar a esta casta de parásitos disfrazados de parlamentarios o de juristas o de militares, que se han confabulado para cerrar el paso a un esperanzador proceso de cambio y transformación.
El pueblo hondureño es un pueblo noble, sufrido y luchador que merece un mejor destino que el sometimiento y la opresión.
Por Carlos Iaquinandi, Agencia SERPAL, Servicio de Prensa Alternativa. www.serpal.info
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