En muchos países hay movimientos sociales que han implementado verdaderas campañas con el objetivo de reinstalar la bolsa de tela para hacer las compras. Han tenido una aceptación extraordinaria en muchas partes. Pero la opción más factible y al alcance de la mano es la del comportamiento humano.
Lindo lío se ha armado con la idea de imponer en Montevideo una tasa al uso de bolsas de plástico. Entre la manija mediática y la desinformación ciudadana, el común de la gente ha visto cómo algunos políticos locales pusieron el grito en el cielo, otros acusaron al gobierno departamental de meter un nuevo impuesto y, otros más, opinaron que de concretarse esa medida sería una afrenta a la libertad de elección de las personas. ¿Plástico o no plástico? Esa, parece, es la cuestión.
Pero la cuestión, en el fondo, también es otra: el consumo irresponsable del que todos formamos parte en mayor o menor medida. Cuando vamos a cualquier comercio a hacer compras, la disponibilidad de bolsitas nuevas, impolutas, prácticas, gratuitas y a granel, nos coloca en una posición mucho menos crítica y reflexiva respecto a lo que vamos a adquirir y por lo tanto a consumir. Quizá, si tuviéramos que pagar por esas bolsas, pensaríamos mejor nuestras incursiones de aprovisionamiento. Las planificaríamos, no nos saldríamos tan fácilmente del libreto.
La guerra a las bolsitas de plástico no es nueva. Muchos países la han librado con éxito. Irlanda es un caso paradigmático: desde el año 2000, en que se comenzaron a tomar medidas drásticas al respecto, se ha reducido el consumo de esas bolsas en casi un 95%. Bolsas de papel, de tela y otros adminículos como nuestra bolsa de mandados, son parte de la vida cotidiana en Dublín y otras ciudades y pueblos. En Holanda, en cualquier supermercado, las bolsas de plástico deben comprarse aparte, y no son baratas. China acaba de prohibir la entrega gratuita de bolsas plásticas ultrafinas. Italia, Suecia, Dinamarca, Alemania, Islandia, también han optado por la tasa ecológica que grava el uso de esas bolsas. En la ciudad de San Francisco, en Estados Unidos, se ha llevado adelante una importante campaña en la misma dirección.
¿No será hora de cambiar?
En todos esos países y ciudades las medidas han tenido efectos positivos. No hay noticias reales que señalen daños graves al comercio, a la industria o a la economía doméstica por culpa de la implantación de tasas que desalienten el uso abusivo de bolsitas plásticas.
Por otra parte, la creencia de que las bolsas de plástico que nos regalan en cualquier comercio son gratis es una ilusión colectiva gigantesca. Cada miligramo de esas bolsitas lo pagamos entre todos a precio de oro. Pagamos de forma indirecta la fabricación de ese envase (como la fabricación de cualquier otro envase). Pagamos para que, después de usarlo, alguien se encargue de hacer algo con él. Y pagamos cuando ese producto, luego de muchas vueltas y procesos, termina en la orilla de un río o tapando una boca de tormenta, o quemándose en una fogata o, en el mejor de los casos, reciclado y vuelto a convertirse en una nueva bolsita de plástico. A modo de ejemplo, un camión capaz de transportar 12 toneladas de desechos comunes sólo podrá transportar 7 toneladas de plástico compactado y apenas 5 toneladas de plástico sin compactar. También pagamos por el combustible de esos camiones.
Algunos envases de plástico tardan cientos de años en degradarse en la naturaleza. Otros tardan miles de años. Puede la industria reciclar, volver a fabricar e iniciar de nuevo el circuito. Pero la demanda creciente de este tipo de envase lleva a que la producción se incremente año a año. Así las cosas, todas las iniciativas en ese sentido deben ser alentadas. Y en esto sí que es posible y necesario tener espíritu globalizador. Las bolsitas que vemos volando por las calles de cualquier ciudad argentina pueden terminar en cualquier parte. El Programa de la ONU para el Medio Ambiente, el Pnuma, realizó un estudio en el que fotografió y analizó miles de millas de mares y océanos del planeta. La conclusión es terrible: en cada kilómetro cuadrado de agua salada hay 18 mil restos plásticos flotando.
Fuente: Fernando Butazzoni para www.ecoportal.net
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