Desde fines del siglo XIX, a la radiación electromagnética natural -que acompaña a los seres vivos del planeta Tierra desde el comienzo de la vida- se agregó progresivamente la originada en actividades humanas.
El uso generalizado de la electricidad, si bien trajo innegables beneficios en confort y seguridad, aumentó la exposición a la radiación electromagnética producida por las líneas de alta y baja tensión, TV, radio, computadoras, electrodomésticos (heladeras, lavarropas, hornos de microondas y eléctricos, secapelos, aspiradoras, etc.), radares, telefonía celular, etc.
Toda la materia se compone de partículas cargadas, usualmente con cargas de signos opuestos en igual cantidad. Si estas cargas se separan y desbalancean, se producen efectos eléctricos. Es lo que sucede cotidianamente con la electricidad estática generada al caminar sobre alfombras sintéticas, que produce una chispa de descarga cuando se toca una pared o el picaporte de una puerta.
Repaso por la Física
En la secundaria aprendimos que el trabajo requerido para separar una carga eléctrica origina el voltaje, que se mide en Voltios (V). Si estas cargas son de igual signo se repelen y si son de diferente signo se atraen, y lo hacen con una fuerza que depende del campo eléctrico, representado por la letra E. El campo eléctrico decrece con la distancia entre cargas y se mide en Voltios/metro (V/m).
La corriente eléctrica consiste en el movimiento de cargas eléctricas, y su intensidad se mide por la cantidad de cargas que pasan por un punto o sección durante un segundo. La unidad de intensidad de corriente eléctrica es el Ampere (A). Las corrientes eléctricas producen campos magnéticos, que ejercen fuerzas sobre otras cargas, las que decrecen con la distancia. A su vez, los campos magnéticos se miden en Ampere/metro (A/m) y se representa con la letra H.
La radiación electromagnética -el tema de esta entrega en EcoDias- resulta de la superposición en direcciones perpendiculares de un campo eléctrico y de un campo magnético. Es necesario tener en cuenta que la energía de una radiación electromagnética aumenta con su frecuencia y que toda radiación electromagnética se caracteriza por su frecuencia o su longitud de onda, ya que su producto (frecuencia por longitud de onda) es una constante, igual a la velocidad de la luz.
Las frecuencias de las radiaciones electromagnéticas varían desde casi cero a infinito. Por encima de 300 Hz, su energía es suficiente como para afectar los enlaces químicos, provocar ionización, liberar radicales libres y romper la cadena de ADN. Por esta razón, se establece una importante diferencia entre las radiaciones electromagnéticas ionizantes y las no ionizantes.
La salud en juego
Las radiaciones electromagnéticas ionizantes son reconocidamente peligrosas para la salud. Entre ellas, se cuentan los llamados rayos X, gamma y ultravioletas, que provocan daños directos en los tejidos aún con exposiciones bajas.
Hasta hace unos 25 años se consideraba que la radiación no ionizante era inocua para los seres vivos, salvo la que por su intensidad produjera en los tejidos efectos térmicos a corto plazo. Estos están relacionados con el calentamiento que produce la exposición a radiación no ionizante de suficiente intensidad, con absorción de energía electromagnética en el interior de los tejidos, que no es registrada por los órganos sensoriales, de manera que no se activan los mecanismos de compensación usuales (transpiración, aumento del flujo sanguíneo, alejamiento, etc.). En estos casos, resultan más afectados los órganos con poca circulación sanguínea y escasa conductividad térmica (córnea, testículos, etc.).
Los posibles efectos biológicos no térmicos, o a largo plazo, son los más preocupantes. Diversos estudios científicos sustentan la posibilidad de que las radiaciones no ionizantes sin efectos térmicos puedan producir:
– cambios en la producción de ciertas hormonas (disminución de melatonina, aumento de estrógeno y prolactina) con posible efecto carcinógeno;
– modificación del flujo del ión calcio en la membrana celular;
– aumento de la permeabilidad de la barrera hematoencefálica, que es la encargada de restringir el acceso de tóxicos a los tejidos nerviosos; y
– variaciones en las concentraciones enzimáticas, etc.
Los celulares
Los teléfonos celulares, que han tenido una difusión explosiva, son receptores constantes de microondas provenientes de las antenas instaladas en las estaciones base. Por la forma en que son transportados y usados, los celulares permiten que la radiación no ionizante se irradie muy cerca del cuerpo, concentrando su actividad en puntos fijos (usualmente, cráneo y cintura).
Pese a lo que creen muchos usuarios, el uso de dispositivos de manos libres, lejos de reducir el riesgo de las radiaciones electromagnéticas, requieren hasta el triple de intensidad para funcionar. Más aún, la cintura posee tejidos que absorben con mayor facilidad la radiación, exponiendo mayormente hígado y riñones.
En los niños, cuyos cráneos no han desarrollado aún los espesores óseos de los adultos, la radiación llega con mayor facilidad al cerebro, lo que hace aconsejable reducir el uso infantil de los celulares.
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