Las audiencias del tercer juicio a los represores de Bahía Blanca se programan habitualmente para las 9 de la mañana y si bien nunca, ni en este juicio ni en los anteriores, han comenzado de manera puntual, llega un momento en que la demora se hace no solo excesiva sino también molesta para quienes trabajan o presencian las audiencias. Es decir, encima que este juicio se está extendiendo más de la cuenta siendo el más largo de los desarrollados hasta ahora, las salteadas audiencias comienzan mucho más tarde de lo debido.
El martes 30 de junio de 2015 y luego de un par de semanas sin actuaciones, el tercer juicio a los represores se reanudó exactamente a las 10:19 de la mañana, y lo hizo con declaraciones de diferentes testigos.
Todo esto en el marco de la causa número 1103 conocida como “Armada Argentina” que comprende los delitos de lesa humanidad cometidos en el ámbito de la Armada Argentina, específicamente en la Base Naval Puerto Belgrano.
Por esta causa se encuentran siendo juzgados 23 represores.
Volviendo a la audiencia del martes 30 de junio, la primera persona que declaró fue Enrique Jacinto Mungo ya que fue testigo del secuestro y desaparición de quien por entonces fuera su compañera de trabajo, Martha Mantovani.
Entre Mansueto, Malvinas y los que sufrieron
Enrique Jacinto Mungo vive en Neuquén y desde allí declaró mediante el sistema de videoconferencia. En varias oportunidades la emoción invadió a Mungo quien se quebró durante su testimonio notándose que el dolor por lo ocurrido décadas atrás, sigue vigente.
Mungo tiene 65 años, es casado, padre de dos hijas y actualmente trabaja como bibliotecario, un oficio de alguna manera relacionado con el trabajo que hacía al momento de los terribles hechos que le tocó vivir.
Martha Mantovani fue secuestrada durante la dictadura, estuvo desaparecida y declaró en el actual juicio. “Fuimos compañeros de trabajo en un comercio, sí, la conocí, hace tiempo que no la veo pero fuimos compañeros de trabajo”.
Martha trabajaba en una empresa telefónica pero lo hacía en turnos rotativos lo cual le permitía, en los tiempos libres, trabajar en un comercio de libros. Allí era compañera de Mungo. La librería se llamaba Siringa y estaba ubicada en Chiclana al 300 de nuestra ciudad.
El horario de trabajo en Siringa era hasta las diez de la noche y una de las hijas de Martha esperaba a su mamá afuera.
Luego de las diez, Martha, su hija y Enrique Mungo caminaron por Chiclana en dirección de la Plaza Rivadavia ya que Martha tomaba el colectivo cerca de la misma mientras que Mungo seguiría caminando.
Nada de esa rutina se pudo cumplir porque mientras se dirigían hacia la plaza, en sentido contrario apareció un auto, un Falcon, a mucha velocidad que frenó de golpe. Un hombre tomó del brazo a Mungo quien no recuerda el rostro de aquél, solo se acuerda que tenía una gorra.
A Mungo lo encañonaron, lo amenazaron y lo pusieron contra una pared. Enseguida escuchó un abrir y cerrar de puertas del coche: “Eso fue muy rápido…” señaló Mungo quien por segunda vez interrumpió su relato debido a la emoción: “El coche éste se retira como llegó, rapidísimo…”
A Martha se la habían llevado secuestrada en el auto, quedando en la calle Mungo y la hija de Martha quien a través del llanto y de los gritos hizo reaccionar a Mungo que se encontraba inmerso en la perplejidad por la situación que acababa de ocurrir.
Finalmente Mungo llevó a la hija de Martha, en ese momento una adolescente, a la casa de un señor que fue el que recomendó a Mantovani al dueño de la librería para que la tome para trabajar.
Con el correr del tiempo Mungo se mudó a Neuquén donde actualmente reside y recién en 1980 pudo volver a tener contacto con Martha. Mungo manifestó que supo por todo lo que Martha pasó estando secuestrado.
Por otra parte, Mungo contó que posterior a los hechos, la librería sufrió un operativo por parte de fuerzas militares. El mismo se llevó a cabo a media mañana y ambas esquinas fueron cerradas por camiones militares.
Mungo recordó que un grupo de uniformados entraron al negocio “obviamente con el maltrato que los caracterizaba en esa época a esa gente”.
Los ocupantes explicaron que estaban allí para llevarse todos los libros Atlas de la librería porque en éstos, habían argumentado, las Islas Malvinas figuraban como “Falklands”, nombre por el cual se las conoce en Inglaterra. Presuntamente las ediciones tenían ese nombre para con las islas, por ser de origen español.
En la declaración, Mungo mencionó a Jorge Enrique Mansueto Swendsen, condenado en el primer juicio a represores de la ciudad, como quien interrogó al dueño de la librería a quien también le reprochaban la venta de determinado tipo de libros y su antigua militancia política.
Después de estos hechos, el dueño le confesó a Mungo que Mansueto lo había amenazado diciéndole: “¿Usted sabe que si yo quiero lo desaparezco?”.
La historia de Mungo no termina solo por ser testigo del caso Mantovani. Mungo mismo fue secuestrado y llevado encapuchado al Comando Radioeléctrico donde permaneció unos días. Allí ingresó un día sábado “y el viernes siguiente a la noche me largaron”.
Mungo jamás hizo denuncia alguna por lo que le tocó padecer: “Si bien sufrí maltratos me pareció una falta de respeto (hacer la denuncia) para aquellos que realmente sufrieron maltratos”. Por si esto fuera poco, agregó sobre lo que vivió estando secuestrado “ni de lejos lo que pasó Marta”.
Consultado por nombres, dijo que el señor que recomendó a Martha para trabajar en la librería era Rino De Mozzi, fallecido, un empresario de Bahía Blanca que movió sus contactos para dar con Martha pero sin éxito.
El dueño de la librería Siringa, dijo Enrique Mungo, se llamaba Kune Grimberg.
“No me acuerdo”
Antes de otra declaración Luis Alberto Pons, uno de los acusados en el juicio a quien recientemente se le amplió la acusación por delitos sexuales, al igual que al resto de los involucrados, se lo llamó a declarar por videoconferencia desde los tribunales de Comodoro Py. Hizo uso de su derecho a no declarar.
Poco fue o que aportó el testigo Omar Ferreyra quien hizo el servicio militar obligatorio en La Plata y en la Base Baterías en la que se desempeñó como radio operador: “Se corría la bolilla que estábamos entrenados para eso, para la subversión”, dijo en referencia a si en ese momento se hablaba de lo que se conocía como lucha contra la subversión.
También dijo haber sido parte de operativos con cortes de rutas y demás pero no conoció de listas de personas a detener “nunca me enteré de nada” dijo y luego agregó “he salido a muchos operativos y nunca presté atención si han detenido a personas o si no”.
Solo se acordó del detalle de una noche en la que escuchando la radio, se enteró de la detención de unas personas.
La fiscalía le leyó la declaración que Ferreyra hizo en una fiscalía de Quilmes, localidad en la que vive. En esa declaración habló de un operativo y del estallido de un auto de civiles.
Sobre eso, Ferreyra dijo que lo que vio fue “un fuego lejos” y aclaró que él no sabía si era un auto, que en realidad en la radio decían eso.
Consultado sobre nombres de sus superiores, Ferreyra respondió: “El jefe de Batallón era… cómo se llamaba… no me acuerdo, no me acuerdo…”.
Testigo acusado
El último en declarar fue el testigo Carlos Comadira, oficial retirado de la Armada con domicilio en Capital Federal.
La fiscalía, mediante el doctor José Nebbia, trató de impedir la declaración de Comadira argumentando que de la documentación y legajo del testigo se desprenden datos que despiertan sospechas respecto a su participación en crímenes de lesa humanidad.
La fiscalía adujo que por esas condiciones no debía declarar y solicitó la investigación de los hechos. A la vez, se argumentó que si testimoniaba, Comadira se podría auto incriminar.
El tribunal preguntó a la fiscalía si existía causa contra el testigo y Nebbia respondió que no pero insistió en los datos que figuran en el legajo, pidió la extracción del testimonió e imputó al testigo.
Por su parte, la defensa dijo que el pedido de la fiscalía es extemporáneo ya que en su momento se opuso a la citación de Comadira, oposición que el tribunal no tuvo en cuenta y que nada había dicho, la fiscalía, respecto a la participación de Comadira en la lucha contra la subversión.
El tribunal dictó un cuarto intermedio y a la vuelta del mismo, casi al mediodía, preguntó a la fiscalía si se cuenta con todo el material para la denuncia.
El fiscal Nebbia señaló que se tiene el legajo con las actuaciones en las que se prueba la participación de Comadira en crímenes de lesa humanidad cometidos en Capital Federal bajo el ámbito de la Armada Argentina.
Nebbia leyó partes en donde, en el legajo, se felicita al testigo por sus tareas en la lucha contra la subversión y su desempeño eficaz en los años 1976 y 1977. El fiscal pidió que la denuncia se remita al juzgado de Sergio Torres de Capital Federal.
Preguntado sobre cuándo tomó conocimiento de esa información, Nebbia dijo que ante la petición de la defensa se puso a estudiar al testigo quien sería un experto en inteligencia.
Finalmente, el tribunal hizo lugar al planteo de la defensa pero solicitó que la declaración sea en torno a los años 1980 y 1981.
Fue así que Comadira habló de sus estadías en Baterías y Puerto Belgrano, de su cargo de jefe de Contrainteligencia en 1981 y de funciones tales como medidas preventivas para evitar la fuga de información y la infiltración de terceros.
Finalizado este tramo, el tribunal dictó cuatro intermedios hasta el 14 de julio a las 16 horas.
Autor: Redacción Ecodías
> Directora
Valeria Villagra
> Secretario de redacción
Pablo Bussetti
> Diseño gráfico
Rodrigo Galán
> Redacción
Silvana Angelicchio, Ivana Barrios y Lucía Argemi
> Difusión en redes sociales
Santiago Bussetti y Camila Bussetti
> Colaboradores
Claudio Eberhardt
2023– Copyleft. Todos los derechos compartidos / Propietario: Cooperativa de Trabajo EcoMedios Ltda. / Domicilio Legal: Gorriti 75. Oficina 3. Bahía Blanca (provincia de Buenos Aires). Contacto. 2914486737 – ecomedios.adm@gmail.com / Directora/coordinadora: Valeria Villagra. Fecha de inicio: julio 2000. DNDA: En trámite
Desarrollado por Puro Web Design.