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Eva Perón
En algún momento de nuestra historia la Avenida Colón supo llevar un nombre algo más digno que el de un mercader al servicio de la reina Isabel. Corría el año 1952 y dicha calle fue rebautizada como Eva Perón.
Categoría: Cultura

En algún momento de nuestra historia la Avenida
Colón supo llevar un nombre algo más digno que el de un mercader al servicio de
la reina Isabel. Corría el año 1952 y dicha calle fue rebautizada como Eva
Perón.

Un tour peronista
Algunos años atrás, una mañana de noviembre de 1948, Evita visitó
oficialmente nuestra ciudad. Llegó en tren desde Buenos Aires, acompañada por
algunos funcionarios y varios burócratas de ocasión, y fue recibida por una
multitud en la estación Sud.
Su recorrida por la ciudad incluyó bastiones peronistas imperdibles: una
escuela de formación técnica, el local de la Unión Ferroviaria del Noroeste y
las ampliadas instalaciones portuarias. Además, inauguró un jardín de infantes,
almorzó en Ingeniero White y cerró a todo trapo con un discurso en los balcones
del Teatro Municipal.

Eva dixit
Enfrente, desde la terraza de una casona de la Avenida Alem, un tal Arthur
Coleman, quien hasta hace unos meses atrás había sido il capo di tutti los
ferrocarriles del sur de la provincia y más, miraba, abandonado, la muchedumbre
que vivaba el nombre de la ilustre invitada. Los carteles y pasacalles de los
trabajadores de la Construcción, de YPF, de Telégrafos, de la Unión
Ferroviaria, de los Telegrafistas, de los Estibadores, de los Enfermeros, de
los Municipales, Molineros, el de Cocineros, Mozos y afines se iban agolpando
en el lugar, de espaldas a aquella casona. Más allá, detrás del coliseo, se
percibía los galpones y el andén de la Estación Sud, quietos, en silencio,
después de la vorágine de esa mañana.      
La quietud de los andenes sobresaltó al hombre sin oficio. Dio media vuelta y
encaró hacia las escaleras que se internaban en su casa cuando uno de sus
empleados le dio aviso de la llegada de un fotógrafo que pertenecía al cortejo
oficial y quería retratar, con su permiso, el acontecimiento desde esa misma
terraza.
“Da una buena perspectiva”, adujo. Y eso mismo transmitió el sirviente a su
patrón. “Sí, claro”, dijo un atónito Coleman. La vista preferencial era algo
innegable, él mismo lo corroboraba cada mañana cuando observaba el movimiento
de vagones y empleados allá en la Estación. “Que suba”, alcanzó a decir.
  
Justamente, en aquella alocución, Evita recordó el reciente traspaso de los
ferrocarriles a manos del estado, presentó el Decálogo de la Ancianidad y
finalmente planteó la cuestión más candente por esos días, la necesidad de
reformar la Constitución. La prensa local hablaba de 60 mil personas. Evita los
trató de descamisadas y descamisados.
Con buen tino, el dueño del caserón dejó al fotógrafo trabajar en soledad.
Nunca escuchó cuando la señora del presidente, la dama de la Esperanza, según
un acalorado cronista bahiense, comentó que la ciudad se quitaba para siempre
“el sello de colonialismo al recuperar los ferrocarriles”.   
   
Una Eva para cada uno  
Aquella fue la última vez –ya había estado acompañando a Perón en plena
campaña electoral en el 45’- que Evita visitó nuestra ciudad. Lo curioso del
caso es que mucha gente asegura haber cruzado algunas palabras con ella, en
lugares distintos, pero en el mismo momento. La inverosimilitud de un relato
así solo alcanza a algunas personas, y el simple transcurrir de los días, es
decir, cada vez que alguien lo cuente, lo transmita, lo fortalece, le da un
sentido propio, una lógica, cuestionable, puede que sí, pero impenetrable. Es
un relato sedimentado por el paso del tiempo; el tiempo atravesado por el mito. 

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2012-02-27 15:03:00
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