El influyente y emblemático film de Jean Pierre Melville está cumpliendo cinco
décadas.
En los años sesenta la cinematografía francesa estaba en plena efervescencia con
la nouvelle vague, el cine de autor y los jóvenes directores que los cultivaban.
Jean Pierre Melville no era uno de ellos, estaba al final de sus cuarenta y
tenía una carrera hecha, pero se lo consideraba pionero de esos movimientos, porque
su estilo propio y ser maestro de un género que los críticos de los Cahiers
du Cinema reivindicaban: el policial negro.
En 1966 comenzó a rodar otro film con Alain Delon -uno de sus actores
preferidos- como Jef Costello, un asesino a sueldo cruel, solitario y con un
código de honor inflexible.
Única línea narrativa donde Costello mata al dueño de un club nocturno como le
habían encargado, pero deja detrás una testigo.
Una joven pianista que no lo delata y eso mismo desemboca en un profundo conflicto
con su “ética de trabajo”.
Ese argumento no parece demasiado atractivo, pero la manera de abordarlo fue muy
original para ese momento y desde su estreno en 1967 se convirtió en un clásico,
citado por muchos directores y cinematografías a lo largo de las décadas.
El protagonista apenas dice palabra -la mirada gélida de Delon nunca tuvo
tantos primeros planos-, vive de una manera monacal con la única compañía de un
canario que es objeto de una de las escenas más recordadas del film y la
estética con la que se lo presenta no es demasiado realista, ya que la acción es
contemporánea, pero el protagonista viste una gabardina y sombrero no demasiado
diferentes a los de Bogart en los años 40, entre otros tributos al cine negro
americano.
Se han hecho mil referencias a El
samurái, las más recientes en Baby:
El aprendiz del crimen (Edgar Wright; 2017) y Drive (Nicolas Winding Refn; 2011) via El conductor (Walter Hill; 1978), que casi lo copiaba.
Y antes estuvieron El Killer (1989)
de John Woo, que ama la obra total de Melville como muchos otros directores hongkoneses;
Quentin Tarantino lo cita tanto en Perros
de la calle (1992) como y Pulp
Fiction (1994) y en Ghost Dog (1999)
Jim Jarmush, convierte a su
protagonista en un samurái moderno con katana y todo.
Obra maestra que ha resistido bien el paso de su medio siglo, puede conseguirse
con facilidad tanto en DVD como en servicios de streaming y merece verse por ser
motivo de tanta admiración.
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