En principio habría que aclarar que ambiental, ambientalista, ecológico y ecologista son términos con mucho en común pero no sinónimos, ya que los dos primeros apuntarían a acciones concretas de denuncia o protección del planeta, mientras que los dos últimos estarían más relacionados con una posición filosófica al respecto.
Por su parte, el cine ambiental o ambientalista no hace demasiadas diferencias y abarca todas las cuestiones relacionadas a la conservación y los impactos causados por la actividad humana.
Obviamente, el género documental es el que va al grano de intención y tiene los títulos más destacados, sea al mostrar las maravillas de la vida en general para promover la valoración de los espectadores, como es el caso de la “Trilogía Qatsi” dirigida por Godfrey Reggio e integrada por Koyaanisqatsi (1983), Powaqqatsi (1988) y Naqoyqatsi War (2002) o al apuntar a peligros específicos como el cambio climático en Una verdad incómoda(Davis Guggenheim ; 2006), presentado por Al Gore, un ex vicepresidente de Estados Unidos, uno de los que más polución producen o el alemán Planeta plástico (Werner Boote; 2009), que repasa la historia ya centenaria de un material tan ubicuo que hasta puede detectarse en la corriente sanguínea.
Más cerca geográfica y culturalmente, Waste Land (Lucy Walker, Karen Harley, João Jardim; 2010), una producción brasileña centrada en las obras que el artista Vik Muñiz creó con materiales recuperados en Jardim Gramacho, uno de los rellenos sanitarios más grandes del mundo o la argentina -de triste actualidad- En el nombre del litio(Cristián Cartier, Martín Longo; 2021), sobre las comunidades que luchan para salvar su tierra y sus salares de la devastación de las empresas tecnológicas que codician uno de los elementos esenciales desus baterías.
Pero normalmente estos testimonios tienen un público ya interesado por el ambiente y sus problemáticas, por lo que las ficciones -basadas en hechos reales o no- son las que tienen más posibilidades de llegar al espectador distraído o remiso al encuadrar esos temas en una trama desarrollada por personajes con los que empatizar.
Así, el drama Síndrome de China (James Bridges; 1979), mostraba a una periodista -interpretada por Jane Fonda-, que destapa el encubrimiento de la falla en una planta de energía nuclear y más cercanos en el tiempo, títulos como Erin Brockovich (Steven Soderbergh; 2000), un drama basado en hechos reales, donde la asistente de una firma de abogados descubre y se arriesga a buscar pruebas contra la poderosa empresa que contamina el agua y enferma a los ciudadanos o Wall-E (Andrew Stanton; 2008), una animación de Pixar destinada principalmente a los niños y protagonizada por un pequeño robot que compacta basura en una Tierra abandonada por los humanos que la produjeron.
Ejemplos como los anteriores podrían enumerarse ad infinitum, mientras los indiferentes miran a otro lado, los negacionistas niegan y los activistas intentan sumar voluntades antes de que sea demasiado tarde.
Una toma de conciencia a la cual el cine y otros formatos audiovisuales y los cada vez más usuales festivales dedicados a la temática, pueden aportar.
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