La relación entre el reconocido especialista en género fantástico y el
cine.
Un mes atrás -el 5 de junio para ser exactos -, la noticia del deceso de Ray
Bradbury entristecía a millones de lectores de diferentes generaciones en todo
el mundo.
El escritor estadounidense tenía casi 92 años, más de siete décadas de carrera prolífica
y exitosa y marcó un hito en la ciencia ficción, contribuyendo a sacarlo del ghetto
género menor, aunque con causa reclamaba al fantástico como campo de acción.
Paralelamente ejerció guionista -con textos ajenos y propios- para cine y
televisión en Hollywood, pero paradójicamente integra la larga lista de
escritores con los que el cine sigue en deuda, porque su obra no ha tenido
versiones cinematográficas de excelencia y sólo unos pocos títulos merecen
mención por logros parciales.
Fue guionista de varios episodios del recordado Alfred Hitchock presenta (1956-1962) y décadas después presentó y
guionó con gran repercusión The Theather of Ray Bradbury (1985- 1992), su
propio ciclo televisivo.
Uno de sus cuentos “de alienígenas” inspiró Vinieron del espacio (Jack Arnold; 1953), más recordado por ser el
primer intento de 3D de Universal Studios, que por el film en sí.
Colaboró en el guión de Moby Dick (1956) junto a Norman Corwin y el director
John Huston, que sigue siendo la mejor versión del clásico de Herman Melville a
pesar del tiempo transcurrido y lo primitivo de los efectos especiales.
Sólo Fahrenheit 451 (1966), versión
de la novela homónima considerada su obra maestra -algo con lo que Bradbury
estaba de acuerdo porque pidió que su epitafio rece: “Autor de Fahrenheit
451”-, hizo justicia a su escritura.
Además se lo recuerda por ser una excepción en la obra del director francés François
Truffaut, que eligió el texto para su primer film en color y angloparlante y su
único acercamiento a la ciencia ficción.
La trama distópica transcurría en un futuro tan lejano como para olvidar que
los bomberos solían apagar incendios, ya que en ese presente se dedican a
tiempo completo a quemar libros -el título alude a la temperatura en que el
papel arde- porque las autoridades los consideran dañinos.
La ambientación retrofuturista y la estética de los sesenta han preservado
buena parte de su verosimilitud, aunque la tecnología mostrada como futurista
haya sido superada. Todavía consigue inquietar y lucen las actuaciones del
alemán Oskar Werner, como el dedicado bombero tentado por la lectura y Julie
Christie en el doble rol de la alienada Linda y la rebelde Clarisse.
Ojala el futuro -uno de los temas favoritos del escritor- y el cine den
revancha a Bradbury y a sus lectores.
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