La candidata 2020
El drama Los sonámbulos aspira a competir en la nonagésima tercera entrega
de los Oscar.
Con evidente retraso, el martes 24 de noviembre la Academia Argentina de las
Artes y Ciencias Cinematográficas entregó sus premios Sur a la producción del 2019, en la que Los Sonámbulos fue elegido como el mejor largometraje de ficción y
como representante local ante su par de Estados Unidos, que también ha demorado
la entrega de sus Oscar por causa de la pandemia.
La rumbosa ceremonia se realizará recién el 25 de abril de 2021, aunque el 15
de marzo se anunciarán las nominaciones de todas las categorías, incluyendo la
de Mejor Producción Internacional de 2020 -ex mejor film en lengua no inglesa-,
siempre codiciada porque abre puertas de distribución tanto para los ganadores
como para sus cinematografías nacionales.
La postulante argentina a estar entre las cinco nominadas fue dirigida por
Paula Hernández, se estrenó en noviembre del año pasado, ganó premios
importantes en varios festivales -incluido el reciente Fecilbba- y a mitad de
camino entre el drama y el thriller, desarrolla lo que sucede durante una tensa
reunión familiar.
El título alude al sonambulismo real de algunos de los personajes, que sirve de
alegoría a otros menos evidentes y aparece en la primera secuencia, cuando
Luisa despierta a mitad de la noche, se dirige al cuarto vacío de su hija de
catorce años y finalmente la encuentra desnuda y ausente delante de la puerta
del ascensor.
En un cambio brusco de locación y tono, la escena siguiente muestra a la misma
mujer, su marido y la adolescente llegando a una quinta enorme, donde van a
festejar el fin de año con el resto de la familia, lo que deja una impresión
ominosa.
La mayor parte de la acción transcurre como el típico drama donde se suceden
las fricciones generadas entre diferentes generaciones que comparten el mismo
espacio, pero la tensión va creciendo a medida que se mezclan las historias
viejas y los problemas económicos nuevos, algo que el espectador percibe a
través del hartazgo de Luisa -entregado y sentido protagónico de Érica Rivas-,
que se debate entre la necesidad de huir de ese entorno y el temor de afectar a
su hija -lúcida Ornella D’Elia- si lo hace.
Como en cada una de sus realizaciones, Paula Hernández ha ubicado la cámara
cerca de sus personajes, escrito unos diálogos que revelan más de lo que parece
y elegido un elenco que ha sabido hacerlos propios.
Además de lograr una puesta donde -muy en el estilo de La ciénaga (2001) de Lucrecia Martel- se palpa el agobio del calor
de diciembre y de las relaciones tóxicas, hasta el clímax convulso que completa
el sentido de la apertura, pero llega con demora y por eso se siente demasiado
apurado.
Una objeción menor, para un largometraje con evidentes logros formales e
interpretativos, aunque no sea del tipo que usualmente elige la Academia
estadounidense y este año haya unos cuantos nombres fuertes entre - ojalá- los
posibles competidores.