Se enciende el televisor y el mito del amor romántico invade todos los programas. De una estocada derrota cualquier intento reflexivo sobre el lugar que ocupa cada persona dentro de una relación, abduciéndola de tiempo y espacio; como situada en una burbuja a merced de salvar el amor a como dé lugar, intentando exprimir esa única chance de ser amadas, ser amados a costa de acciones autodestructivas. Porque el contexto muchas veces decía que para ser feliz en pareja había que aguantar. Así decían.
Lejos de haber quedado atrás la discusión de los diversos tipos de violencia que pueden existir en las relaciones, es vital comenzar a profundizar y problematizar con la menor cantidad de tabúes posibles, la iniciación de las relaciones en las y los más jóvenes. Por eso se vuelve tan necesaria y vital la educación dentro y fuera de la escuela para acompañar las situaciones que atraviesan la juventud.
¿Cómo se vive todo esto a través del ojo adolescente que inicia su vida romántica y muchas veces sexual, con esta mochila social y cultural que le antecede? ¿Es posible que pueda poner sanos límites frente a todo aquello que los apabulla en redes sociales, películas de la infancia, series y contenido que no da lugar a la creatividad de acción ni posibilidades de elección? Pues muchas veces no.
Y es aquí en donde en un mundo de acceso casi ilimitado a la información, el uso de las nuevas tecnologías y un marco legal que poco a poco permite que la Educación Sexual Integral sea parte de la currícula escolar (la legalidad pocas veces es garantía de aplicación); forman un tridente de herramientas, en donde las dos primeras pueden también convertirse en armas de doble filo para estos tránsitos si no son utilizados con precaución.
En estos procesos los ojos de personas adultas pueden ser quienes consigan divisar aquellas conductas que pueden encaminar las relaciones adolescentes a un camino sin retorno; desde lo parental en la familia, como en lo institucional las y los docentes, y la sociedad en general que puede prestar atención desde diversos ángulos. Eso no quita la carga social, cultural y simbólica que muchas veces impone el contexto de forma imperceptible, pero con un categórico peso frente a las desigualdades o la falta de credibilidad, en la que se somete a las mujeres que intentan hablar sobre las violencias que padecen.
Las actitudes violentas pueden erigirse de diversas formas, incluso suelen no ser percibidas como tales por los protagonistas de la relación, tergiversadas como muestras de afecto o cariño. Del mismo modo en que pueden comenzar en el ámbito privado para luego expresarse directamente en espacios públicos y acompañados de otras personas.
“Cualquier acto mediante el cual una persona trata de doblegar o paralizar a su pareja. Su intención es dominar y someter ejerciendo el poder a partir del daño físico, emocional o sexual. Para ello, se pueden utilizar distintas estrategias que van desde el ataque a su autoestima, los insultos, el chantaje, la manipulación sutil o los golpes”, reza la conceptualización de noviazgos violentos, pero en los hechos reales, las líneas entre un hecho y otro pueden ser tan delgadas que solo son equiparables a las consecuencias que lo no visto puede llegar a desencadenar.
En este punto, el control y la manipulación para aislar a la persona de su círculo social y familiar es la primera señal de alarma.
También es vital detectar la forma de vinculación que se desprende un círculo vicioso cíclico (tensión, explosión, distanciamiento, arrepentimiento o luna de miel) que estructura y determina el modo de relación que se consolidará con los años si continúa de ese modo, de la que resultará -no imposible- pero sí más difícil prorrumpir.
Una atención exagerada o una persecución sobre cada detalle de las acciones de jóvenes tampoco parece ser una actitud proactiva en torno a la problemática, mucho menos sostenible en el tiempo. Pero nada se compara con lo que puede robustecer a cualquier persona, como la suma de una fuerte base de información, fortalecimiento de su autoestima, amor propio, confianza y seguridad sobre las diferencias entre consentimiento y ejercicios de poder.
Claro que nada de esto es fácil, sino que estos procesos son parte de un ejercicio mayor que sí depende y atañe a la esfera adultas. Es imposible que infancias, adolescencias desestructuren a esa corta edad sobre el maltrato y la violencia si desde la adultez no es posible reconocer estos mismos tópicos dentro de sus propias prácticas y relaciones, del mismo modo si la confianza para ponerlo sobre la mesa es inexistente, sea que haya sido padecida o no por la persona que habla del tema.
Hablar sobre lo que sucede, informarse, brindar apoyo y contención desde todos los frentes puede ser el agua que poco a poco corroa la piedra.
Autor: Nadia Quant
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