Al cierre de esta edición se
desarrollaba en varias localidades de nuestra Argentina la convocatoria y
marcha #Ni una Menos.
En nuestra ciudad la convocatoria superó las expectativas de todos y de todas.
Miles salieron a las calles el día 3 y la posibilidad abierta de que podamos lograr
y sostener como sociedad las consignas que nos llevaron a las calles y las
plazas.
Queremos compartir las palabras que se pudieron escuchar entre las muchas
pronunciadas en la Plaza Rivadavia, las de la abogada y militante feminista Mónica
Graciela Fernández Avello.
«He solicitado a las organizadoras me den la palabra y les agradezco estoy
acá como feminista y por haberme dedicado en mi profesión de abogada, de casi
30 años a la violencia hacia las mujeres, niños y niñas. Cuando comencé con
estos temas realmente no había nada. La violencia hacia la mujer en el ámbito
privado (que es algo así como el 80% de los casos) era escandalosa pero siempre
era vista como “emoción violenta” y el agresor “zafaba”, en cuanto a las
agresiones sexuales estaban tipificadas en el código penal como delitos contra
el honor que era el honor masculino -por supuesto-, las mujeres para demostrar
que habían sido agredidas sexualmente tenían que llegar -como yo digo- “con los
chinchulines en la mano”, la penetración debía ser vaginal y tantos centímetros
y otra serie de pruebas diabólicas que hacían que los hechos en definitiva no
se denunciaran.
Hemos recorrido un largo camino muchachas, como decía la publicidad del
cigarrillo y hoy tenemos multiplicidad de leyes de protección que hasta hace
poco ni se pensaban. Y yo he luchado por esas leyes y salí a la calle con
muchos y muchas de las que están acá luchando por ellas, y pensaba que
únicamente nos faltaba legislación y con eso tendríamos gran parte del problema
solucionado. Hoy creo que salvo el derecho al aborto legal, seguro y gratuito,
por el cual seguiré luchando, tenemos legislación nacional e internacional que
nuestro país ha adherido que son fantásticos, hoy hay medidas de abrigo, botón
antipánico, medidas cautelares de exclusión, apoyos psicológicos, etc. y
acuerdo que hay responsabilidades que tenemos que exigir: hacen falta más
operadores, más juzgados, pero a la vez que debemos exigir a los profesionales,
funcionarios, organizaciones, para actuar, pensar, definir, cómo y que hacemos
para proteger a las víctimas y principalmente debemos modificar el sustento de
esa violencia allí donde se exponga…porque la realidad es que hablando con mis
amigas docentes que me comentan como sus alumnos reproducen los estereotipos de
desigualdad en las relaciones de hombres y mujeres, y veo en la tv y en la
prensa esos estereotipos y me vienen a la mente dos cosas uno es una frase de
una dirigente troskista Andrea DAtri que dijo “la mujer del proletario es la
proletaria del proletario” y otra es una frase leída en un libro jurídico
(lamento no recordar el nombre de quien la escribió) que mencionaba que nada
cambiaría sino cambiaban los principios básicos subyacentes que daban origen a
las relaciones desiguales de la clase hombre con la clase mujer, siendo esta
desigualdad la que desencadenaba la violencia.
Las relaciones machistas, androcéntricas y patriarcales son anteriores al
capitalismo y atraviesan todas las clases sociales y si bien le vienen como
anillo al dedo al mismo, al marcar en la familia las relaciones jerárquicas
entre los sexos, no son el capitalismo. O acaso las mujeres polacas -por citar
solo un ejemplo- no fueron violadas por los nazis camino a la unión soviética y
luego fueron violadas por los soviéticos camino a Alemania?, o acaso en las
organizaciones políticas, sociales, sindicales, laborales etc. no hay miles de
actos machistas contra las compañeras: cuántos hombres militantes le dicen a su
mujer militante “andá vos a la reunión que me quedo a cuidar los chicos”, o a
cambiarle el pañal a la nona, o a hacer la comida y no como un favor sino
porque sos una persona, que no es de derecho natural que naciste para servir,
sino que es una explotación lisa y llana de la cual se vale la “clase hombres”.
Cuántos hombres pueden asegurar que no acosan sexualmente a sus compañeras de
trabajo, de militancia y que dejan de ver una teta y un culo para ver una igual
con la que podemos tener relaciones de reciprocidad y no jerárquicas. Cuantos
comentarios sexistas tenemos (hombres y mujeres), “que está mal cogida”, “que
parece una trola”, etc.
¿Quién le da la audiencia a Tinelli? Por solo mencionar uno de los tantos
programas emblemáticos bien misógino. ¿Quién consume prostitución? ¿Quién
consume las industrias multimillonarias para que las mujeres parezcamos
eternamente jóvenes aún a riesgo de nuestra propia vida? ¿Quién cosifica a las
mujeres dando una opinión que nadie les pidió sobre nuestro cuerpo? ¿Quién le
dice a sus hijas mujeres no juegues a la pelota porque sos un marimacho o al varón
no cocines que es de puto? ¿Quién hecha de un bar a dos compañeras lesbianas
porque se están besando? ¿Qué heterosexual salió a defenderlas? ¿Quién hace la
comida, lleva los hijos al médico, se hace cargo de los viejos de la familia,
lava, plancha, limpia la casa a pesar de trabajar fuera de su hogar? Y muchos
otros etc.
Y no quiero dejar de lado a las compañeras travestis y transgéneros que también
son víctimas de la violencia del patriarcado.
Vemos como el machismo se solapa con «supuestos cambios» a ciertas
cosas que se modifican en las construcciones de la masculinidad, pero no le
cambian el sentido a sus prácticas; por ejemplo el varón que dice: «yo
cocino o alguna vez cuido a los chicos», de la misma manera que muchos se
suman a la consigna «ni una menos «, sin ninguna intención de
reflexionar acerca del orden androcéntrico que siguen a rajatabla.
Por eso compañeros y compañeras es que debo decir que no comparto la consigna
de que “la culpa es del estado” (aunque falte mucho por hacer), porque con eso
están licuando la responsabilidad y legitimando el poder que detenta la “clase
hombre” sobre el objeto que somos “las mujeres” y que hace de la misma una
relación desigual signada en la violencia y en la apropiación de nuestro cuerpo
y que en casos extremos llega a la supresión misma del objeto -como son los
femicidios-.
La historia de las mujeres es la historia de la opresión a las mujeres y no
podemos darle un sentido en el presente si no asumimos, especialmente los
hombres que detentan “el cetro” y las mujeres que reproducimos esos
estereotipos, que en esa desigualdad está insita la violencia. Como decían
nuestras compañeras que nos precedieron “revolución en las plazas, en las camas
y en las casas”, debemos revolucionar las formas heteronormativas y misóginas
que atraviesan la educación, educando a varones, a mujeres y a todas las
identidades para que se construyan relaciones de equidad e igualdad. Porque lo
personal es político».
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