El sector pesquero argentino tiene una
larga historia en el Atlántico Sur. Puede crecer y desarrollarse a partir de la
biodiversidad marina.
La actividad pesquera argentina sostuvo la economía de las Islas de Atlántico
Sur durante buena parte del siglo pasado. Se inició en las Islas Malvinas con
la instalación de empresas argentinas que no sólo pescaron en la zona sino que
se localizaron en el territorio isleño con inversiones y pobladores.
El desarrollo de la industria pesquera nacional en las islas adquiere
relevancia cuando analizamos el caso de las Islas Georgia del Sur. Estas islas
nunca contaron con población nativa y fue la Compañía de Pesca Argentina quien
en 1904 se radicó en la Isla San Pedro y construyó Grytviken. Este comenzó
siendo un puerto para los tres buques iniciales que operaban en la zona, todos
con bandera argentina, y prosiguió con la construcción de una importante
factoría ballenera que hizo posible, por primera vez en la historia, la
radicación de una población estable en esas islas.
Con el paso de los años, Grytviken se convirtió en el principal centro
ballenero de la región y luego del mundo, con una población permanente que
llegó en algunos años a 2000 habitantes y a partir de la cual se crearon en las
islas Georgia otras estaciones balleneras como Puerto Leith, Puerto Nueva
Fortuna y Husbik. Allí se localizó también la industria de aceite de ballena
más importante del mundo en esas épocas, mostrando la potencialidad de la
región.
El Estado argentino instaló en 1905 en las islas una estación meteorológica
bajo bandera argentina, que funcionó ininterrumpidamente por más de cuatro
décadas. Los inconvenientes con los ocupas británicos comenzaron con la Segunda
Guerra Mundial, cuando hubo incidentes con submarinos alemanes. Hacia 1945, los
ingleses expulsaron a toda la población civil argentina que se ubicaba en las
islas. En 1950, dejó de funcionar la estación meteorológica también por
imposición británica y en 1960 la Compañía Argentina de Pesca perdió las
licencias que tenía para navegar y operar en la zona, por lo que dejó de
existir.
Esto significó abandonar el primer y más importante proceso de activación
económica que se produjo en las islas. Las licencias pasaron finalmente a
firmas japonesas que en 1964 dejaron de operar en el puerto construido por
argentinos que hoy no es más que ruinas, galpones desolados, máquinas oxidadas
y barcos abandonados. Incluso una iglesia y un cementerio, donde yacen más de
200 tumbas de aquellos pobladores.
El sector pesquero argentino no está atravesando en la actualidad un buen
momento a pesar de que las oportunidades para crecer y desarrollar esa
industria en el mar nacional están latentes a partir de la increíble biodiversidad
del mar argentino que cubre la plataforma continental de nuestro país.
Es necesario tener presente la historia para consolidar internacionalmente los
derechos nacionales en el sector del Atlántico Sur sobre el que la Argentina
tiene soberanía.
Nota: este artículo fue publicado originalmente en el semanario Trabajo y
Economía, en la edición de Tiempo Argentino.
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