Los cambios económicos que promueven los poderes concentrados sólo tendrían
posibilidad de concretarse si no hubiera elecciones. Si uno de los candidatos
que representan a esos grupos gana las próximas, tendrá la incomodidad de
gobernar en contra de la sociedad.
“…No será un país cómodo para los
dirigentes, sino un país cómodo para la gente. Va ser incómodo, sobre todo, si
piensan sacarle derechos adquiridos”.
La sentencia de la presidenta de la Nación, dicha el primero de marzo en el
transcurso de su histórico discurso ante la asamblea legislativa, sintetiza el
conflicto que los poderes concentrados y sus expresiones políticas han tenido
con los gobiernos populares a partir de la vigencia del voto universal,
secreto y obligatorio.
El método de esos poderes para impedir la continuidad de políticas dirigidas a
democratizar, en grado y amplitud diversa, las condiciones de vida de la
sociedad, es la creación de estados de excepción. Sólo la excepcionalidad de un
momento, fuere por la manifestación de crisis económica o institucional, permite
interrumpir la continuidad de un país cómodo para su gente pero incómodo para
los sectores de poder y sus expresiones políticas.
Tenemos presente 1955 y el golpe de Estado que logró derogar la Constitución
nacional vigente con un simple bando militar e imponer la proscripción política
del peronismo. No fue una crisis económica la causa del golpe sino la amenaza
de usar sobre la población civil la capacidad de exterminio que disponía el
bando golpista. La extorsión fue hecha pública con el bombardeo a civiles en
junio de 1955 en Plaza de Mayo.
Recordamos otro antecedente de estado de excepción, vinculado este con una
crisis económica: el golpe de mercado contra el gobierno de Alfonsín. La
extorsión se materializó en la hiperinf lación. Después de eso la población
aceptó, sin resistencias significativas, el vaciamiento del Estado, la
convertibilidad y el endeudamiento.
Si en el ’55 el estado de excepción permitió expropiar a los trabajadores y a
un amplio sector social el empoderamiento que habían alcanzado bajo la
conducción del peronismo, en el ’89 fue el secuestro de la política como una
herramienta básica de la democracia que no sólo venía a recuperar las
elecciones libres y sin proscripciones, sino también a alimentar, educar y
curar a los argentinos.
La presidenta en su discurso habló del presente, entrelazado de modo
irreversible con el futuro inmediato y señaló las situaciones organizadas para
provocar una crisis económica terminal (siete corridas cambiarias, inf lación y
ataque a las reservas), y denunció los hechos promovidos para generar una
conmoción institucional que se inició con el intento de paralizar al Estado
mediante la anulación de la división de poderes por parte del partido judicial,
un puñado de funcionarios judiciales bajo conducción de grupos concentrados que
incursiona en política escudándose en los fueros de sus funciones, y prosiguió
con la conmoción que produjeron la denuncia y muerte del ex fiscal Nisman.
En ambos casos, los patrocinadores fracasaron aunque siguen impunes y con poder
para dañar. Depende de nosotros, trabajadores y empresarios, consolidar el
círculo azul y blanco constituyente para que el proyecto que sostenemos salga
fortalecido de las elecciones.
Estamos decididos a que el pueblo siga cómodo.