Eran las 5 de la tarde cuando en España fusilaban al poeta y revolucionario Federico García Lorca. Después, la oscura noche del franquismo.
Hoy volví a ver a la España de 1935 en las calles manifestando, era el pueblo que resurgía.
Me regocijaba por dentro, diciéndome a mí mismo: “Valió esperar 40, 50, 60 años para ver a ese pueblo”, y recordar a Dolores Ibarruri la Pasionaria con su palabra: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”.
Vi al pueblo de Francia manifestando en la calle, trabajadores y pueblo unidos, y recordé los tiempos viejos, cuando existía un partido comunista y una clase obrera, un Maurice Thoros, un Jaques Duclos, dirigentes del P.C. francés.
Vi en la televisión al pueblo italiano rebelarse contra el intento fascista de Berlusconi de ajustes y recortes en la educación.
Y recordé a la clase obrera y partido comunista italiano con Palmiro Togliatti y Antonio Gramsci.
Vi al pueblo de Grecia alzado en gigantescas manifestaciones contra el ajuste del FMI y Banco Mundial apoyado por los gobiernos y bancos de Francia y Alemania, destruyendo los salarios y beneficios sociales en Grecia, como precio al salvataje de su quiebra financiera.
Volví a la antigua Grecia, a Espartaco, y me dije: “Valió la pena esperar”.
Vi a la rubia Albión, Inglaterra, sacudida por manifestaciones populares, ajustes para paliar la crisis económica financiera que lleva el capitalismo a la tumba.
Y me sonreí por dentro: “Valió la pena esperar”.
Las noticias informaron que en otros países, otros pueblos se levantan. Más cerca, en mi America del Sur, la marea humana, avanza, han sucedido cambios en varios países.
Valió la pena esperar, luchando para verlo.
El 20 de octubre la TV me trajo las imágenes de una gigantesca manifestación obrera y popular por la muerte de un estudiante y militante del Partido Obrero asesinado, por las mismas balas que mataron a Federico en aquellas 5 de la tarde.
Y fue en Avellaneda, en aquella Avellaneda de los frigoríficos, cuando antes del ‘40, el fascismo argentino gobernaba y enviaron al dirigente comunista de la carne José Peter a la cárcel de Ushuaia, de donde no se volvía vivo. Y fue esa clase obrera, que trabajaba en la Anglo, en Armour, en la Swift y otros frigoríficos, que salió a la calle exigiendo el regreso de José Peter, su dirigente.
Y tuvieron que ceder. Lo trajeron de vuelta y los obreros sólo volvieron al trabajo cuando lo vieron desfilar por las calles de Avellaneda.
Ayer volví a ver a mi pueblo en la calle, y no pude dejar de recordar al poeta cubano Nicolás Guillen.

No sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo,
si somos la misma cosa
yo,
tú.

Tú eres pobre, lo soy yo;
soy de abajo, lo eres tú;
¿de dónde has sacado tú,
soldado, que te odio yo?

Me duele que a veces tú
te olvides de quién soy yo;
caramba, si yo soy tú,
lo mismo que tú eres yo.

Pero no por eso yo
he de malquererte, tú;
si somos la misma cosa,
yo,
tú,
no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo.

Ya nos veremos yo y tú,
juntos en la misma calle,
hombro con hombro, tú y yo,
sin odios ni yo ni tú,
pero sabiendo tú y yo,
adónde vamos yo y tú…
¡no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo!

Y olvidé mis penas, mis cansados 85 años, y desde la trinchera de lucha que jamás abandoné, en mi fuero íntimo, desde lo más profundo de mi ser, adherí a todas esas manifestaciones del mundo, al son de las compases y la música que inmortalizo Beethoven en su novena sinfonía, en el cuarto movimiento El Himno a la Alegría (del poeta Schiller).
Me queda solamente recordar al poeta Anatole France, al enterarse de la muerte de Emil Zola, cuando expresó: “Fue un momento de la conciencia humana…”.