El lector habitual de estas notas percibirá mi porfiada insistencia sobre el tema de los medios de comunicación tratado como problema. Y esto es el resultado de una preocupación y de lecturas e investigaciones sobre el particular. Porque la incidencia de la cultura mediática como la denominan no pocos tratadistas, no reconoce límites. Algo quedó dicho sobre la educación y sobre la política. Ahora bien esto no representa un hallazgo mío, es un problema que hace más de un cuarto de siglo se planteó en la UNESCO.
En el Informe Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo, más conocido como Informe MacBride, presentado en su Conferencia General, en Belgrado en 1980, se alertaba ya sobre las consecuencias que se comenzaban a detectar. Por eso se decía allí que la industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales. Se decía asimismo que con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores pasivos de información. Los responsables de los medios de comunicación social deberían incitar a su público a desempeñar un papel más activo en la comunicación, a concederle un lugar más importante en sus periódicos o en sus programas de radiodifusión con objeto de que los miembros de la sociedad y los grupos sociales organizados puedan expresar su opinión.
En buen romance, se denunciaba ya una tendencia evidente entonces, que con el curso del tiempo fue agigantándose: la monopolización comunicativa unilateral. Entonces se llamaba la atención sobre la imperiosa necesidad de establecer líneas para superarla: Darle voz a los que no tienen voz. Hoy no quedan dudas sobre que los medios de comunicación se han vuelto una institución referente y constructora de la realidad humana, con toda la implicancia social, política y cultural que este fenómeno tiene, de lo cual ya algo quedó dicho. Se quiera o no, los medios de comunicación se han instalado y cumplen un papel social educativo y formador de las sociedades. Cada vez más los medios se constituyen en los articuladores y creadores de los temas de interés nacional, configuran los nuevos valores culturales. Al mismo tiempo que son los difusores de los conceptos y valores que perciben pasivamente las grandes comunidades locales, nacionales e internacionales.
Tal como lo advertía el Informe MacBride, los medios de comunicación han sido convertidos por la lógica de grandes empresas. No responden a la búsqueda de la verdad, la imparcialidad y el desarrollo general de las comunidades, sino a las reglas comerciales imperantes en el mercado. Como consecuencia ha convertido al lector en un consumidor, en un cliente, al que se debe convencer de consumir información y publicidad. Es decir, cada medio está regido por las reglas del mercado: mirar la sociedad en términos de cantidad de consumidores, pensar la utilidad comercial que se percibe a través de la publicidad y la venta directa de servicios. Para que esto quede más claro, la industria cultural (periódicos, libros, radio, cine, televisión, discos, videojuegos, internet) facturó en el 2005 cerca de 450.000 millones de dólares. En esta lógica casi exclusivamente comercial los medios de comunicación han empujado las funciones informativas, educativas, de análisis de la vida y sus relaciones a responder también a esta perspectiva comercial de hiper mercantilización en favor de una representación de la realidad social cada vez más emocionante, excitante y sorprendente. En otras palabras: espectáculo vendible.
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