Una mirada retrospectiva hacia la historia de la plástica local que contemple, en especial, los últimos diez años permite advertir, claramente, logros y algunas asignaturas pendientes, pero también las posibilidades de revertir esas situaciones, si se establecen objetivos claros y se optimizan recursos. En este sentido, este punto de vista parcial, que hace hincapié sobre aquellos aspectos sobre los cuales mi posición en el campo cultural me ha facilitado tener una focalización más precisa, deja de lado otros que podrían ser considerados en una discusión más amplia que, sin dudas, la cuestión amerita.
En el 2011 se cumplirán 80 años desde que nuestra ciudad ha institucionalizado su campo artístico mediante la creación del Salón Anual y el Museo (MMBA). A comienzos de los 30 fuimos la segunda ciudad del interior que, sin ser capital de provincia, pudo consolidar esas instituciones específicas. Nuestro Museo de Arte Contemporáneo (MAC), creado en 1995, desde 2004 cuenta con una nueva sede que facilita la articulación entre las necesidades de la producción y la mostración de las manifestaciones actuales.
Quedan, sin embargo, algunas cuestiones postergadas. Por un lado, el espacio en el que compartíamos prácticas performáticas, teatrales, cursos, conferencias, es decir, el lugar destinado al encuentro, al intercambio, al diálogo ha quedado desactivado desde que allí se han ubicado las obras del MMBA. Se trata, entonces, de dos problemas que deben ser resueltos con una única solución: la construcción de un local con las condiciones de temperatura, iluminación, etc. adecuadas que protejan el patrimonio artístico que se ha ido incorporando mediante los premios adquisición y las donaciones y recupere, al mismo tiempo, ese espacio vital para el crecimiento de la cultura bahiense. Así como el arte dejó de estar confinado a un subsuelo debajo del Palacio Municipal disfrutando de ese sol amarillo que acaricia los muros exteriores de La María Luisa, y luego tuvo un edificio nuevo preparado especialmente para cubrir sus necesidades contemporáneas, ha llegado la hora de construir una sala especial que ponga a resguardo lo que se ha atesorado durante varias generaciones. Es necesario que, de una vez por todas, entendamos que esas obras merecen ser cuidadas porque forman parte de nuestro capital simbólico.
Por otro lado, me parece que nuestros museos de arte, siguiendo a ultranza el modelo latino, han priorizado hasta ahora la cuestión exhibitiva y no han tenido en cuenta que entre sus funciones está -aunque sea mínimamente- la investigación aplicada, variante muy desarrollada en el área anglosajona. En nuestro caso, es necesario que personal idóneo esté abocado exclusivamente a la organización del archivo documental, para que la información que ahora está dispersa, desordenada y sin los cuidados necesarios esté disponible tanto para la organización de relatos curatoriales de la propia institución como para la consulta de otros investigadores. La cantidad y la complejidad de la información reunida a lo largo de los años requiere de saberes que, en otras ciudades del país -estoy pensando no sólo en Capital Federal sino en Córdoba y en Rosario, por ejemplo- son brindados por egresados universitarios con formación específica.
Nuestra localidad tiene, por lo tanto, una asignatura pendiente con sus historias plásticas, debe empezar a respetar su pasado asignándole los recursos humanos y materiales que le permitan revisitarlo desde miradas que sean al mismo tiempo críticas e inclusivas, que favorezcan el diálogo entre generaciones reconociendo que, más allá de las luchas por la posesión del poder simbólico existe una cultura compleja, heterogénea, plural.
En este sentido, me parece que los últimos años han favorecido que pensemos lo estético más allá de instituciones delimitadas. Si a mediados de la década del noventa la instalación de obras no figurativas en el Paseo de las Esculturas disparó debates y cuestionamientos agresivos, el 2010 festeja el centenario de la primera acuarela totalmente abstracta pintada por Kandinsky habiendo incorporado la autonomía del lenguaje en todos los habitantes de la ciudad. No hace tanto, entonces, que nos pusimos con retraso en sincronía con la Modernidad y dejamos de preguntarnos a qué se parece una forma en vez de disfrutarla por sí misma.
Falta, sin embargo, que las producciones creativas sean incorporadas a otros espacios públicos -las nuevas plazas, los recorridos lineales, los tramos del entubado aún abandonados, por ejemplo- para que los colores nos vuelvan más amable la cotidianeidad y nuestros chicos convivan con manifestaciones que les afirmen que la libertad no sólo es deseable sino que también es posible. Confiar en el poder de las imágenes en relación con nuestros cuerpos como una alternativa al bombardeo audiovisual que nos imponen los centros hegemónicos desde las pantallas. En síntesis, ya no sólo el Arte en una burbuja de cristal ni los medios masivos incitándonos al consumo, sino también una Bahía multicolor que se extienda como una red sobre nuestra tierra, al alcance de todos, entre todos.
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