La ciencia no es un lujo ni un gasto superfluo. Se trata, ni más ni menos, de una inversión estratégica que define el bienestar y la soberanía de un país. En este contexto, la comunicación se convierte en una herramienta fundamental para acercar el conocimiento a la sociedad, y para concientizar sobre la necesidad de defenderla.
A lo largo de la historia argentina se ha demostrado que, cuando la ciencia y la tecnología reciben el respaldo necesario, los resultados son notables. Desde la producción de vacunas hasta el desarrollo satelital, el país se posicionó en el escenario global gracias a la calidad de sus investigadores e investigadoras, y al apoyo sostenido de instituciones como el Conicet y las Universidades Nacionales. Sin embargo, una y otra vez se ha tomado a estas entidades como objetivo de las políticas reduccionistas, que relegan el financiamiento de la investigación y menosprecian el papel de la ciencia en el desarrollo nacional.
Esto se debe a que uno de los mayores desafíos que enfrenta la comunidad científica es la falta de reconocimiento por parte de amplios sectores de la población. Los avances científicos quedan confinados a círculos académicos sin un vínculo efectivo con la sociedad, lo cual genera un terreno fértil para el escepticismo, la desinformación y la proliferación de discursos que minimizan la importancia de la investigación.
Y, sí. En este punto nos ponemos la camiseta y reconocemos que la comunicación juega un rol clave: La ciencia debe salir de los laboratorios y llegar a las y los vecinos de manera clara, accesible y atractiva.
La divulgación científica no solo implica explicar conceptos complejos en términos sencillos, sino también mostrar cómo la ciencia impacta en la vida cotidiana. Esto se vivió en primera persona durante la pandemia de Covid-19, que dejó en evidencia la necesidad de una comunicación efectiva entre científicos, medios de comunicación y la sociedad en general. La difusión de información clara y basada en evidencia fue fundamental para combatir la desinformación y generar confianza en las vacunas y otras medidas sanitarias.
Hoy, se ve que ese aprendizaje debe ser aplicado a otras áreas del conocimiento. Desde el cambio climático que fue puesto en tela de juicio mientras la naturaleza se vuelve cada vez más incontrolable e impredecible; hasta el análisis y la reparación histórica impulsada desde el campo de las Ciencias Sociales, tan vapuleadas por el gobierno de turno.
La ciencia no debe ser presentada únicamente como un campo de especialistas inalcanzables, sino como una actividad humana con impacto real y tangible. El futuro de Argentina, signado por antecedentes como los premios Nóveles a Bernardo Houssay en Medicina y Fisiología, Luis Federico Leloir en Química, y el bahiense César Milstein en Medicina, depende en gran medida de su capacidad para generar conocimiento y aplicarlo a la resolución de problemas estructurales.
La inversión en ciencia y tecnología no solo contribuye al crecimiento económico, sino que también fortalece la independencia y la soberanía del país en áreas estratégicas. Renunciar a ella significa ceder terreno en un mundo cada vez más competitivo y dependiente del conocimiento.
Defender la ciencia y la tecnología es, en definitiva, defender el derecho a un futuro mejor. Es necesario que la sociedad comprenda que los recortes en estos sectores afectan directamente su calidad de vida y su desarrollo. Y, desde nuestro lugar, apuntamos a comunicar con un enfoque claro y accesible para todos y todas, porque consideramos que es la manera de garantizar que el conocimiento no quede relegado a una élite, sino que sea un pilar fundamental para la construcción de un país más justo y equitativo.
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