Primero fueron las palomas, pero como yo no volaba no me importó. Luego fueron los perros, pero como no sé ladrar me callé. Después los cartoneros, pero como creo que me salvé solo, saqué el papel después de las diez así no veo nada. Somos discapacitados, pero como somos pocos, no vamos a viajar en bondi. Tristeza nao tem fim.
La profunda y patética falta de compromiso, conocimiento y análisis real de las problemáticas, o verdadera comunicación con la sociedad a priori y no a posteriori, muestran una ciudad torpe y discriminatoria.
Las palomas habitaban las plazas y muchos lugares de la ciudad. La prédica constante y sin fundamento científico respecto de la salud las persiguió. Luego esos adictos al silencio de los cementerios de la dictadura escribieron ríos de tinta, y lograron -dirigentes mediante- borrar a esas aves. Por suerte, hoy están volviendo.
Los mismos iniciaron hace tiempo, esta vez con más dificultad para ser receptivos por el resto, la persecución de los canes en el espacio público céntrico. Luego sobre el resto de la ciudad. El argumento fue la bien aprendida acción sicológica sobre los ciudadanos. Había que aniquilar a esos agresores de la tranquilidad y la seguridad. Sin embargo, muchos de nuestros vecinos, cada día se encargaron de protegerlos solidariamente para demostrar la falsedad de los conspiradores. Como siempre hay un roto para un descosido, y pareció entonces alguien preocupado otra vez por nuestra tranquilidad y seguridad. Sintonizó con la letal prédica, y fabricó un mandato feudal, creyendo que el cargo que ostentaba era mágico y al otro día no habría más ladridos. Eso sí, por las dudas y coherentemente, no habló con la gente. Tampoco con los que saben. No intentó siquiera saber cómo orientar y proteger la vida de humanos y animales sin afectar a ninguno. Hoy lo que queda es un papelón. En él esta escrito el inútil mandato feudal y la comprobación flagrante de la incapacidad, y el oportunismo.
Pero el ingenio político no descansa. Fueron por los cartoneros. En la misma línea de razonamiento y acción actuaron. Eliminemos, aniquilemos, borremos del paisaje porque da fea imagen. Hasta uno de los supuestos organizadores del tránsito, dijo que el proyecto era una manera de inclusión social. Hasta definieron ese sucio y marginal modo de sobrevivir como trabajo. El menemismo devaluado sigue agazapado.
Finalmente, si sos discapacitado y querés viajar en colectivo, no esperes mejor suerte. Somos algo más de 300.000 habitantes, pero para que haya colectivos para llevarlos tienen que ser una cifra de viajes que valga la pena. Planteado brutalmente, para estos funcionarios y empresarios, hay que producir muchos más discapacitados, en una de esas se deciden a invertir. Si esto no es discriminación, ¿la discriminación donde está?
Señalar, repudiar, resistir es la forma de demostrar que esta ciudad sigue siendo el reducto de las peores conductas dirigenciales respecto de la vida y los derechos.
Vale la pena buscar cada día más un cambio profundo y revolucionario en nuestras conductas. Vale la pena quebrar una estructura de poder de todo orden, que se manifiesta burlona y falazmente con humana sensibilidad. Vale la pena soñar y comprometernos desde la vida, con que es posible la Bahía de La Esperanza que nos merecemos.
Eduardo A. Hidalgo es secretario general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bahía Blanca.
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