Si nos invitan a un cumpleaños se espera: clima alegre, despreocupado, algunos
globos decorando el espacio y si nadie ayudó a inflarlos: guirnaldas. Se espera
que en algún momento aparezca alguien sosteniendo una torta y entonando un “Queeeee
los cummmmmplas feeeeeeliz…”, alguien pide que apaguen la luz, por allá
alguien dice que dejen que los chicos se acerquen así soplan las velas, otros
tratan de retratar el momento con cuanto artefacto con cámara haya en el
espacio. Alguien rezagado desentona y ralentiza el canto y el proceso que nos
lleva al final de la escena de “Apaguemos las velitas”. Alguien exige “Pedí
tres deseos!!!”. Quien opera de agasajado/a trata de satisfacer el papel de
cumpleañero/a mostrando su más profundo agradecimiento (a la vida, a los
presentes) dedicando el tiempo a participar leeeeeentamente o bien agilizar el
proceso para que se termine ese momento de insoportable popularidad cumpleañera
que dura exactamente 24hs. Estábamos en los deseos: cierra los ojos, eleva las
cejas, tuerce levemente la cabeza a un costado como si buscara algo en las
profundidades y asiente una, dos, tres veces. Abre lentamente los ojos y sus
pupilas destellan, el fuego de las velas se convierte en parte suya. Los deseos
existen, se aparecieron como realidades en los párpados y es imposible
disimular la sonrisa. Quienes están, festejantes, rodean como un capullo e
inspiran acompasadamente, elevan sus mentones esperando el desenlace que selle
el ritual.
Son breves instantes en que se cree en los conjuros de felicidad, de salud, de
amor y trabajo.
Si no existen infantes que se apropien del momento, la cosa desemboca en un
suave o fuerte soplido (depende de la naturaleza de quien cumple años) que
logra derribar y apagar las llamas de las velas. Dos segundos de oscuridad lo
envuelven todo. Alguien pide que se haga la luz y la luz se hace. Resta aún el
humo de las velas apagadas, que dicen sirve para que los deseos se eleven y
lleguen a los dioses.
Se cree que el ritual de las velas y las tortas proviene de tiempos muy
antiguos y lejanos en los que se honraba a Artemisa, la diosa de la caza, de la
noche, de la fertilidad, los partos, las tierras y animales salvajes.
Alguien mayor inicia la segunda tanda de cantos “Feliz, feliz en tu día,
amiguito que dios te bendiga…”, las diosas se supone que también bendicen.
Como sea: el ritual acabó. Se selló con soplar las velas, controlar el fuego.
Cada vela apagada, un año de vida vivido, los deseos para el que se inicia.
Los 20 de julio son para EcoDias el día de nuestro cumpleaños.
16 años cumplimos en este 2016 y lo celebramos con el ritual de la edición de
nuestro periódico.
583 ediciones.
Cerramos los ojos, elevamos las cejas, torcemos levemente la cabeza, buscamos
en las profundidades nuestros deseos, esos que nos mantienen de este lado. Que
son ni más ni menos que aquellos deseos y anhelos prístinos de nuestro número 1
y que renovamos edición tras edición.
Asentimos una, dos, tres veces. Abrimos los ojos, lentamente, nuestras pupilas
destellan, es el fuego nuestro. Vimos los deseos, son realidades posibles y no
podemos disimular esta sonrisa.
No tememos a los segundos de oscuridad porque la luz volverá a estar y todo será
aplausos, abrazos y alegría compartida.
Son breves instantes, sí, pero necesarios para quienes creemos que los conjuros
existen, y no es magia, los construimos con nuestro quehacer cotidiano.
Nuestros deseos son acompañados por el trabajo para lograr una sociedad más
justa, más inclusiva y donde los Derechos Humanos sean respetados sin
distinción de “antes y de ahora”. Es posible una sociedad donde la democracia y
las libertades incluyan a todas las personas.
Inspiramos y soplamos fuerte, es nuestra naturaleza y además somos muchas
personas; apagamos las 16 velas de nuestros 16 años.
Controlamos el fuego, el humo se eleva.
Se selló el ritual.