Voy a insistir citando las palabras de Pablo VI en su Populorum progressio de 1967, como antídoto de esa actitud, todavía en boga, que sostiene que el tratamiento de algunos temas y del lenguaje que se utiliza para ello corresponde a una izquierda perimida. Dado que se supone que la implosión de la Unión soviética echó por tierra una serie de problemas y su correspondiente tratamiento. El omnímodo y omnipotente mercado es el marco de solución posible de la mayor parte de los temas de hoy, al menos desde el punto de vista teórico. Claro está que la perseverante realidad sigue mostrando muchas veces lo contrario. Peor para ella.
El tratamiento de los temas económicos y los políticos, según exige la academia, debe hacerse dentro de los espacios específicos para la aplicación del adecuado método científico. A pesar de ello, nos dice el papa: Porque todo programa concebido para aumentar la producción, al fin y al cabo no tiene otra razón de ser que el servicio de la persona. Es decir, el problema técnico, económico y financiero de producir bienes debe ser sometido al criterio ético, superior, de ponerse al servicio de la persona, objetivo de orden político en tanto la persona es parte de una comunidad, cuyos intereses deben estar resguardados por sobre las razones de orden estrictamente técnicas. No debe respetarse la autonomía de los campos de conocimiento e investigación. Es el bien común el faro que debe iluminar las decisiones que afecten a las personas.
El programa económico, industrial, científico, social, sanitario, si existe es para reducir las desigualdades, combatir las discriminaciones, librar al hombre de la esclavitud, hacerle capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual. Porque cuando se deja librado todo ese conjunto de decisiones al ámbito de lo específicamente técnico se pueden correr graves riesgos para todas las personas de la comunidad: La tecnocracia del mañana puede engendrar males no menos temibles que el liberalismo de ayer. Economía y técnica no tienen sentido si no es por el hombre a quien deben servir. El hombre no es verdaderamente hombre, más que en la medida en que dueño de sus acciones y juez de su valor, se hace él mismo autor de su progreso.
Por lo tanto, las decisiones técnicas no pueden quedar en manos de los técnicos. Éstos son muy importantes en el estudio y en la aportación de diversas soluciones posibles para los problemas que deben ser estudiados. Los problemas -cuáles y cuántos sean- es materia de decisión política y, en esa instancia, ese tipo de definiciones requiere la más amplia participación posible y el involucramiento de todos los actores afectados. De lo que se desprende, entonces, que lo político (definición del problema), lo técnico (estudio y señalamiento de soluciones posibles), lo económico (costos y financiación de la solución adoptada), su ejecución (gestión de obra), no son más que partes en las que se descompone la solución de temas que afectan o permiten el desarrollo de las personas. Es la persona el punto de partida y el punto de llegada. Toda disociación atenta contra ella.
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