Pareciera que va quedando atrás el pasado de terror, a pesar de que algunos remezones de cosas no terminadas todavía agitan las aguas. También pareciera que va asentándose sobre nuestra sociedad un talante democrático compartido por las grandes mayorías. En el discurso político imperante no se oye a nadie que ensaye una argumentación de propuestas por fuera de ese marco. Las más de dos décadas de ejercicio de esta democracia le ha dado al debate político un piso por debajo del cual nadie se reconoce como vocero. Los medios de información reproducen las voces políticas, desde la izquierda hasta la derecha (si es que este lenguaje dice algo hoy), que sostienen a coro: somos todos democráticos. Sin embargo, no todo es oro lo que reluce. Quiero proponer la lectura de una periodista muy bien formada (no sólo informada) que nos ayudará a comprender estos tiempos:
Vivimos en un país sin memoria condenado al silencio de las cunetas. Un país que ha pasado del miedo y el garrote vil al agitado universo del consumo y las grandes superficies -el último refugio de las intimidades compartidas- con la misma facilidad que las clases medias cambian de régimen. Gracias a la transición y sus carencias nos encontramos, treinta años después, con una sociedad desarticulada, carente de proyecto político, que camina impulsada por sensaciones (la nueva forma de expresión del pensamiento), el narcisismo propio del neoliberalismo (con la reinvención de la subjetividad como valor ciudadano) y el desarrollo -hasta el extremo- de cualquier tendencia social detectada por los estudios de mercado… Un espacio público dominado por la mercadotecnia -el armazón ideológico de la modernidad- donde resulta imposible reconstruir cualquier estructura, por incipiente que sea, de relación social o laboral. La desertización, siendo nosotros los bárbaros, ha invadido el territorio. Muchos son los ejemplos que de esta dulce apatía, promovida por partidos políticos y sindicatos mayoritarios de servicios, se pueden encontrar. Sin embargo, como es sabido, resulta imprescindible mantener cierta tensión social -aunque sea falsa- para que el electorado, aburrido, no quiera cambiar de partido gobernante.
Lo primero que se destaca, y debo decirlo con toda admiración: ¡Qué bien escribe!, y esto no es sólo un dato más. ¡Cuánto extraña uno leer en un periódico cosas tan bien dichas!, en lugar de ese lenguaje hueco, carente de sentido y profundidad de ideas, que repite machaconamente las mismas cosas dichas del mismo modo, sobre los mismos temas serios que se desvanecen al día siguiente. Después, entonces, de metabolizar este párrafo, que mueve a la reflexión profunda, a detenerse en cada afirmación y sacar de ella todas las consecuencias posibles, a repensar la catarata de acontecimientos que encubren los procesos sustanciales que van condicionando nuestro futuro, debo decir que María Toledano está refiriéndose a España, no a nuestra Argentina. Debería decirse, como en las películas, cualquier parecido con nuestra realidad es mera coincidencia.
O, tal vez, no lo sea. ¿No deberíamos pensar que este mundo globalizado tiene un guión cinematográfico que con diferentes actores se representa en todas partes? ¿No será que los medios de comunicación, también globalizados, coloca en nuestros atriles la misma partitura con pequeños arreglos adaptativos para que interpretemos todos la misma música? Si es así, algo grave nos está pasando.
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