Mi papá, Miguel, fue a la guerra.
Era veterano de Malvinas y todos los 1 de abril a la noche se iba a la vigilia
en La Falda y Cuyo y el 2 de abril participaba de los actos oficiales
tradicionales que se hacen ese día por el inicio de la guerra de Malvinas.
Hiciera frío o lloviera, allá se iba.
Con él tardíamente pudimos hablar de Malvinas. Adulta yo y él, siempre grande.
Después de algunos intentos truncados, por la fuerza de la insistencia
alrededor de la mesa de algarrobo redonda, pesada,
pudimos entrarle al tema y no fue fácil ni para él ni para quienes escuchamos.
Los datos teóricos o técnicos, fechas, lugares, se diluyeron en un quiebre y
llanto. Se fue de la mesa -para que no lo viéramos llorar-. Al rato regresó, se
sentó y retomó el relato donde lo había dejado después de decir “nadie vuelve
igual de una guerra”. Caí entonces en que Malvinas, la guerra, estuvo todo ese
tiempo ahí, agazapada en su garganta, colándose entre los petardos y estruendos
de los fuegos artificiales de las fiestas de fin de año, esos que no soportaba
ni ver ni oír por mucho tiempo.
Recuerdo lo feliz que se mostraba ante cada
reconocimiento/beneficio que le daban desde el Estado en su calidad de
veterano, no por el beneficio en sí solamente, sino por los años de
indiferencia y olvido.
Discutíamos mucho con mi papá, peleas apoteóticas
que recuerda la familia, y no coincidíamos en muchas cosas pero en los últimos
tiempos, esos que van desde el 2003 a su muerte en el 2014, nos unieron muchas:
una que yo ya era más grande y él también, otra fueron algunos gustos
compartidos y otra fueron las alegrías del campo nacional y popular al ir
conquistando derechos.
Mi papá sabía escribir y leer en árabe a la
perfección. Era un apasionado de la cultura árabe y de la causa palestina; tuvo
el regalo de poder viajar y conocer de cerca todo ese mundo, que es nuestro
también. Hablaba, me hablaba, en términos de libertad e independencia, de no
sometimiento, de buitres y destrucciones, de lo nefasto de las derechas al poder.
Todo eso era mi papá, el mismo que fue también
militar y veterano de la guerra de Malvinas, el mismo que me leía los cuentos
de Horacio Quiroga y me daba los gustos y que también me prohibió hacer muchas
cosas de chica y no tanto. Algunas personas que me conocían y luego lo conocían
(o al revés) se sorprendían, se admiraban, sin saber que entre lo que jamás me
negó es que yo defendiera y militara mis verdades y convicciones, aunque no
fueran las suyas.
Por estos días tengo muy presente que mi papá fue a
la guerra y volvió.
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