Señala un diccionario que el miedo es “esa perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”.
Hay miedos a objetos o situaciones concretas: arañas, ratones, la oscuridad. O miedos derivados de ciertas heridas psíquicas en la historia personal de cada uno: agorafobias, claustrofobias, fobias, etc.
El miedo o la angustia de muerte sea quizás el padre de todos los miedos seguido de otros, como los miedos al cambio, miedo al ataque de la nueva situación y miedo a la pérdida de lo ya conocido, básicos y universales, paralizantes, a veces.
Me quiero detener en cuatro grandes miedos que llegan a ser una vergüenza y que a estas sociedades de negocios, mediáticas, arrasadoras (léase capitalismo o “el mayor productor de daño subjetivo”), no las pone, ni siquiera, coloradas: el hambre y la miseria, el quebrantamiento de la dignidad humana, la perplejidad de estos tiempos y la destrucción de la naturaleza y las culturas.
Cuatro grandes miedos donde pueden incluirse todos los demás, violentando nuestra co-existencia.
Abriendo los ojos a nuestro alrededor vemos que éstos crecen día a día y engrosan las estadísticas. Analizadores de época indican que esos miedos, y la manera que tienen de filtrarse en nuestros entendimientos, han cambiado para siempre nuestra representación del mundo y el modo que tenemos de habitarlo. Vivimos atravesados por esos miedos y al estar atrapados en la inmediatez y la velocidad se no va lo mejor de nosotros, con escasa conciencia de abordarlos.
Miedos que devienen de una transformación en la cotidianeidad de nuestras vidas (Modernidad tardía, ¿posmodernidad?) creando un sin sentido, para muchos, y exteriorizando síntomas individuales como emergentes de situaciones sociales. Para la bahiense Silvia Bleichmar, “el estado de indefensión general en que sumió a millones de personas esa terrible metamorfosis en las formas de vida dejó al psiquismo expuesto a toda clase de inestabilidades”.
 No hay un aparato mecánico que mida o regule los miedos que proceden de “lo social”. Sí, ciertos parámetros, consensuados, de acuerdo a las manifestaciones físicas, psicológicas y conductuales que afectan la salud física y mental.
Justamente la salud es definida por la Organización Mundial de la Salud como el bienestar físico, mental y social y no sólo la ausencia de dolencias o enfermedades. Esta definición sirve para ordenar, si bien, como toda conceptualización, no puede abarcar los procesos subjetivos, el rico paisaje interno poblado de vivencias. Por ejemplo, deja afuera lo que los estados han decidido dejar afuera -aunque haya esfuerzos de asistencia: la salud, la educación, el derecho al trabajo, la equidad social.
Ignacio Lewkowicz me ayuda a terminar esta reflexión: “Algo esencial está cambiando esencialmente. Eso es claro. Sin embargo, no es tan claro qué está cambiando. Y en qué planos transcurre el cambio. Y con qué estrategias de pensamiento podemos situar los cambios, aunque más no fuera para formular los problemas”.
El problema se plantea para que estos miedos no se transformen en dilemas imposibles de modificar, confiando en las posibilidades de producción subjetiva de instituir, inventar, crear momentos de bienestares para que no nos venza la apatía.

Ariel R. Sangronis es operador en Psicología Social