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La desocupación y la pérdida del salario
Categoría: Opinión

Un sistema que requiere expulsar mano de obra para seguir avanzando está reduciendo la capacidad promedio de consumo de la población. La mano de obra desplazada queda sin posibilidades de obtener un ingreso. Si bien el argumento utilizado por los economistas es que la robótica abarata la producción y, en este sentido, se beneficia al consumidor -cosa innegable- no puede ocultarse que una parte importante de los consumidores son los trabajadores y que sin ingresos no podrán consumir. Terrible paradoja que enfrenta un sistema que necesita vender en escalas como no se habían conocido antes, de allí la cultura del consumismo, y que por la otra punta deja cada vez más gente fuera del mercado.
El presidente de la B.M.W., empresa automotriz alemana, sostenía un diagnóstico similar. Afirmaba que “la productividad aumenta en una medida tal que podemos producir cada vez más coches con menos trabajo… Sólo si consiguiéramos vender B.M.W. en todos los rincones del planeta, habría alguna posibilidad de asegurar los puestos de trabajo actuales”. Dice Rifkin que ya Carlos Marx había advertido esta contradicción, y que él pensaba que los propios capitalistas iban a detener el proceso de suplantación de hombres por máquinas. El riesgo de encontrarse ante la falta de consumidores iba a ser el punto de quiebre del problema. Leamos a Rifkin: “Efectivamente, mediante la eliminación directa del trabajo humano del proceso de producción y mediante la creación de un ejército en la reserva formado por desempleados cuyos salarios podrían ser constantes y permanentemente reducidos, los capitalistas podían estar inconscientemente cavando su propia tumba, puesto que serían cada vez menos los consumidores con suficiente nivel adquisitivo para comprar sus productos”.
Esta situación ha alterado la correlación de fuerzas entre patrones y trabajadores. La desocupación, a pesar de ese tipo de advertencia, ha seguido avanzando. A tal punto está esto planteado hoy en toda su virulencia que, a la luz de estos términos, puede comprenderse la pérdida de poder de las organizaciones sindicales, pilares de las conquistas de mejoras de trabajo desde comienzos del siglo XIX y factor de equilibrio de poder. El papel que desempeñaron fue reconocido socialmente en esta tarea y en la necesidad de su existencia para la defensa de los trabajadores. La masa de trabajadores, fuera del mercado laboral, genera una sobreoferta de mano de obra desocupada dispuesta a ceder condiciones por el logro de algún ingreso.
En muchas empresas se dio un movimiento similar, agregando a esto un modo contractual que privilegiaba el contrato eventual sobre la relación permanente. En condiciones tan extremas ninguna reivindicación tiene posibilidad de ejercer presión. Sin el poder de las organizaciones sindicales el “capitalismo salvaje” muestra sus garras. Esto ha dejado las manos libres a los empresarios para someter al trabajador a las condiciones laborales más explotadoras. Sin embargo, los defensores de esta etapa del capitalismo argumentan que esto no es nuevo, que ya ocurrió y se resolvió.
Ramón Flecha, debatiendo con los defensores del cambio de la “revolución inteligente”, afirma que ellos “dicen que lo mismo ocurrió al principio de la revolución industrial”, los trabajadores perdieron puestos de trabajo que después recuperaron. Pero -sostiene este profesor- ellos se olvidan que la recuperación de puestos y las mejoras de las condiciones de trabajo no se debió al “progreso técnico” solamente sino que fueron “también producto de los movimientos sociales que lucharon por ellas”.

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2007-11-03 00:00:00
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