La tranquilidad que pareció otorgar la desaparición del único enemigo de la libertad de los mercados, el mundo soviético, lo liberó para desatar sus ansias infinitas de ganancias. La democracia no fue, a partir de entonces, más que la fachada de la verdad del sistema capitalista que intentaba conservar todavía, allí donde no fuera un obstáculo, la parodia democrática. Entramos ya dentro de la historia reciente. Probablemente, ésta haya comenzado con esa bisagra que dividió el mundo en un antes y un después, a partir del sacudimiento que sufrió el mundo por el ataque a las torres del World Trade Center, nada menos.
Esta nueva historia no contiene grandes novedades, pero ha demostrado que el modo de practicarse la democracia, al estilo occidental, ya no encuentra acogida en la conciencia colectiva. Desengañada ya por los incumplimientos de promesas que los dueños del poder no permiten que se cumplan, suponiendo que quienes las hacen crean que pueden llevarse a cabo. Este juego perverso de los candidatos que compiten por quien vende mejor el producto engañoso que ofrecen ha quedado desnudado en sus mecanismos internos. Creo que esa es la razón para no disimular más. De allí que la política, esa política, haya incorporado todas las técnicas del marketing que no descuida los más insignificantes detalles para que la oferta sea aceptada.
Por tal razón, lo que ha desaparecido es el debate político e ideológico para ser reemplazado por el bombardeo de los más refinados métodos de la publicidad comercial. Poco importa la calidad del producto porque, como en el mercado de bienes, las diferencias son mínimas, importa más la presentación, el packanging, las ofertas especiales, los combos electorales, llamados de diversas formas. El objetivo ahora está claro: hay que ocupar los diversos puestos aun sabiendo que allí no es mucho lo que puede hacerse por quienes votan, pero alguien tiene que sentarse allí: ¿por qué no ellos?
Todo lo dicho no debe ser leído como una diatriba contra la democracia, ni menos aún contra la política. Lo que intento es llamar a una reflexión sobre las formas, a mi entender perimidas, que ambas muestran en esta etapa de fin de un proceso civilizatorio. No está en el banquillo de los acusados la política ni la democracia como tales, lo que debe ponerse en discusión son las formas que fueron útiles para una etapa ya superada. Esas formas se fueron convirtiendo en un obstáculo para el desarrollo de un capitalismo muy voraz y éste supo cómo subordinarlas a sus necesidades, vaciando de contenido de las instituciones que las sostenían. Ha llegado la hora de avanzar en la dilucidación posible de los reclamos que la construcción de una nueva sociedad nos impone.
Para ello debe ser puesto en el ojo del microscopio todo lo existente, hacer una revisión profunda que abra caminos nuevos hacia una comunidad organizada con la participación de las mayorías, son ellas las que más demandan. No es que se deba tirar todo lo que se hizo sino recuperar lo que pueda ser útil para los nuevos tiempos, teniendo a la vista los múltiples desafíos que enfrentamos, entre los que aparecen como con mayor peligro la estabilidad del ecosistema y la supervivencia del hombre
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