Fruto
de una cotidianidad compleja, no pocas veces perdemos de vista los ejes
esenciales de algunas definiciones. Por caso, el de la comunicación. En lo que
refiere a la materia de los medios de comunicación social en su perspectiva
actual, la comunicación es esencialmente humana, y el comunicador y la
comunicadora cumplen una función de mediación. Ahora bien, la primera pregunta
que surge es a quiénes vincula y con quiénes los vincula.
Manipulando miradas ingenuas, se ha buscado construir un sentido social en
torno a que los medios de comunicación no persiguen fines determinados o
sectoriales. Nada más alejado de la realidad: los medios de comunicación en
cuanto empresas del sistema capitalista -nos referimos a los medios que son
empresas de comunicación- tienen su fundamento en la rentabilidad económica,
directa o indirecta. En el caso del diario centenario local, la rentabilidad
indirecta alude a que no “viviría” de los ingresos publicitarios y del precio
de tapa -su tirada está en caída libre desde hace años-, sino de otros negocios
asociados que van desde la compraventa de información -publicada con esmero
como noticias inocuas- hasta ingentes operaciones inmobiliarias, por aludir a un
caso recurrente.
Este lugar des-interesado ha sido puesto en crisis a partir de la propuesta y
discusión colectiva de una nueva ley que rige los servicios de comunicación
audiovisual en reemplazo de la ley vigente de radiodifusión que databa de la
última dictadura militar. Producto de la maduración de nuestra sociedad, al
irse modificando algunos marcos políticos, comienza a naturalizarse entre los
consumidores de medios que la posición asumida por tal o cual medio tiene
fundamentos previos determinados. Con todo, los debates en la antinomia K-antiK
se superarán en la medida en que se diversifique la oferta mediática que sí
posibilita la ya sancionada Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, cuyo
pleno cumplimiento se ve aún obstaculizado por los intereses a los que hacíamos
somera referencia líneas arriba.

Clase de trabajadores
Una dificultad que viven los comunicadores es su falta de identificación
como trabajadores. En los medios radiales, gráficos, televisivos o digitales
para los que se trabaja, los periodistas disfrutan de una cierta omnipotencia
que no es tal. La posibilidad de “decir la palabra” de manera amplificada los
ubica en un lugar prestado. En ese sentido, el servicio a la comunidad en pos
de la consecución del bien común -tarea política por excelencia a la que se
deben los verdaderos periodistas, a diferencia de los mercenarios- se suele
mudar a espacios de convivencia (¿connivencia?) con los que ostentan poder.
Así, en este proceso de mercantilización de la información, los periodistas
reniegan de su lugar de trabajadores, y asumen defensas de sectores más
vinculados a la opresión que a los oprimidos.
Con mayor desparpajo que en épocas anteriores, se da la aparición de
pseudoperiodistas, en realidad operadores políticos rentados, aun cuando
ostenten algún título terciario o universitario. Se  trata mayoritariamente de jóvenes que se
presentan con rasgos “populares”, aunque con posiciones ideológicas tomadas en
contra de los derechos sociales y laborales. Por supuesto, prima la falsedad y
no se explicitan las verdaderas intenciones. En Bahía Blanca sobran los
ejemplos.
En ocasión de celebrar los 11 años de EcoDias, nos permitimos revalidar que el lugar
ético desde el que se debe comunicar -y no moralina- es el desafío que deberán
plantear como demanda y control las comunidades de lectores en esta segunda
década del siglo XXI.
Con esperanza vemos que en la medida en que las matrices de organización
asociativa vayan primando en las empresas que gestionan medios de comunicación
-con el fuerte impulso que implicará la vigencia plena de la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual-, los trabajadores de medios asumiremos
gradualmente mayores responsabilidades en torno a crear condiciones objetivas y
subjetivas en lo que respecta a la plena vigencia de la derechos humanos para todos
y todas en nuestra querida Argentina.