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Hipocresía que bien se te ve
Categoría: Opinión

En 1992, el poeta Mario Bendetti señaló a la hipocresía como una epidemia. Esa epidemia, en la Bahía del Silencio, no ha encontrado cura. La sociedad bahiense, entre otras cosas, no desea ser sanada. Sigue aferrada -casi con convicción- a viejos postulados y preceptos con que fue colonizada su cabeza. Toma decisiones, elige u opina, respondiendo a los intereses de quienes en malolientes cenáculos ultras, bajan o suben su dedo santificador o condenatorio. Sociedad que sigue pero no piensa, y sólo ve la realidad desde su individualismo conservador. ¿Conservador de qué? ¿De sus propias miserias quizá, o de su impunidad permanente?
Los dichosos cuadros, quemados, robados, olvidados en definitiva, fueron puestos en la interna política bahiense, como una forma de resolver viejas y permanentes mezquindades. Desde allí, actores públicos, encubiertos o sorprendentemente preocupados ahora, opinan muchos de ellos como recién llegados en un plato volador.  Se presentan como custodios del “patrimonio de todos”. Nos preguntamos: Salvo honrosas excepciones, ¿a cuántos de los que vemos hoy en estos menesteres, internistas o autodeclarados custodios, escuchamos o vimos desde 1976 a la fecha, exponiendo públicamente su interés y controlando el patrimonio cultural bahiense? ¿Dónde estaban cuando en los ‘80 al patrimonio cultural edilicio lo volteaba -y por citar un solo ejemplo- la firma McDonald en Fitz Roy y Brown? ¿O quizá era porque todos seguían, dirigente políticos o no, la “calificada opinión de La Nueva Provincia” que también entonces bajaba o subía su dedo electivo en ese tema?
Las víctimas somos todos y también herederos y piezas de un perverso ajedrez, que juegan desde siempre otros que se hacen los otarios. ¿Se han olvidado todos quién fue el genio que resolvió como un hallazgo repartir las obras en distintas oficinas? ¿O de eso no se habla? No hubo una sola voz que no lo considerara una buena idea, ni siquiera la mayoría del periodismo.
La hipocresía sigue siendo epidemia en la Bahía del Silencio. Hay nuevas víctimas para usar o defenestrar, empleados o funcionarios, con manifiestos errores propios pero útiles para obviar el pasado de irresponsabilidades comunes, como siempre. Por eso Cabirón y Linares hablan frecuentemente sólo de estos últimos cinco años, como si los veinte anteriores fueron plenos de pureza y elevado nivel de gobierno. Por eso el intendente declara a los menores delincuentes, descartables. Por eso un viejo dirigente gremial,  silencioso justificador de la entrega de los ferrocarriles, dice públicamente “esto es lo que pide la gente”. Su propuesta es sigamos profundizando el argumento de los noventa con el que se entregó el patrimonio nacional: eso también era “lo que quería la gente”. Cuando venga el tsunami de la tierra arrasada, y en el ejercicio de la hipocresía, su memoria la guardaran en nuevas interpretaciones de la realidad. Por eso, el mismo intendente se silencia frente a la “ética” de Budassi. Por eso, la sociedad bahiense repite el discurso de los genocidas, “estos de los derechos humanos que defienden a los delincuentes, ¿y mis derechos?”.
La memoria, los cuadros, el patrimonio cultural, las palomas, los perros, los menores, los derechos humanos, todos aplastados por la hipocresía. Parafraseando al “filósofo” ex senador, avenido luego a presidente no electo por el voto, Eduardo Alberto Duhalde, ¿estaremos los bahienses condenados al olvido, la mediocridad, el egoísmo, y la hipocresía permanente? Algunos nos resistimos y seguimos soñando y buscando la Bahía de la Esperanza.

Eduardo A. Hidalgo es secretario general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bahía Blanca

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2007-06-23 00:00:00
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