El pasado domingo 1 de noviembre se realizó en la ciudad de Bahía Blanca un recital en homenaje al querido Ramiro Musotto.
Muchas personas se acercaron para ver qué se hacía y otras tantas para recordarlo.
El inicio con el berimbao en manos de Mintcho G. dio el primer golpe a la nostalgia.
Los sonidos del berimbao parecieron traerlo y sobrevoló la sala. Pero seguramente huyó al ver la selección de fotografías que a modo de homenaje se iban sucediendo en una pantalla gigante. Tal vez no fueron las imágenes en sí, sino el orden, la falta de marcas para los que nada sabían de la historia del músico y la insoportable necesidad de algunos de aparecer abrazando el éxito ajeno. Muchas imágenes del tipo yo fui amigo de Ramiro, mucho guiño íntimo que hizo más profundo el zanjón entre los amigos y los que estamos del otro lado. Ese fue el primer dato que me hizo pensar que posiblemente no había estado muy bien pagar 10 pesos para estar allá arriba en el paraíso y agradecer la lucidez de no haber pagado 20 pesos para estar más cerca.
Recordé el último recital para todos, allá en el playón de
Se me cruzó una imagen que luego con el paso de los minutos confirmé: alguien alquila un salón grande, que pagamos entre todos, para un evento del que seríamos simples espectadores. La suposición de que todos lo conocíamos, de que sabíamos quiénes eran las personas que se pararon en el escenario y el por qué de ese repertorio, sirvieron de corroboración.
Ninguna explicación ordenada, didáctica, que tendiera puentes entre los que se empeñan en ostentar el rango de amigos hacedores del homenaje, y los que disfrutábamos de su arte o intentábamos hacerlo.
Pero bueno, a los amigos -y a los arrimados de siempre- se les puede llegar a perdonar algunas faltas organizativas. Hay que destacar el profesionalismo de la gente del teatro que salvó de baches mayores al evento.
¿Por qué canta en portugués esa chica papá?, fue la frase que escuché cerca mío. Shhh… Ahora lo van a decir.
No se dijo nada, al menos no entendible: ni por qué alguien tan joven vocalmente estaba arriba del escenario cantando en portugués, ni que el que tocaba la guitarra era Martín, el hermano de Ramiro.
Fue un homenaje con pocas palabras y los signos de evocación fueron decodificados por pocos.
Si de palabras hablamos hay que mencionar que Ramiro Vive, fue el nombre elegido para el evento. Una consigna emparentada con el Bahía Piensa, diseña, trabaja, etc. Remate propagandístico en boga. Contraseña política.
Estrategia alejada de la imagen de Ramiro Musotto.
Un dejo de tristeza por el músico que ya no está y breves instantes de celebración son lo que queda pasado el evento.
Un comienzo con el berimbao, como se merecía, algunos temas en los que se lo extrañaba horrores y un cierre en la calle, auténtico. El fascinante mundo de la percusión, donde los sonidos primitivos se hacen sangre, piel, tierra y presencia. Donde lo que cuenta es el conjunto, donde se sabe que los instrumentos guardan dentro el sonido y hay que hacer que salga igual para todos. Una acción necesariamente colectiva que cuando se inicia es difícil detenerla.
Y el ritual de percutir sacó la celebración a la calle. Genuinamente allí todos, hasta los más almidonados, nos llenamos de vitalidad y sacudimos las manos, los pies, batimos palmas. Los que se quedaron afuera por no tener 10 pesos también. Todos allí sacamos a Ramiro y a la música del por momentos denso encierro del teatro, sacamos a la avenida y a la plazoleta el sonido de los tambores y corazones que percutieron, celebrándolo.
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