El impuesto a la herencia fue eliminado por José
Alfredo Martínez de Hoz a cambio de subir el IVA en una muy clara demostración
del poder de los vencedores del golpe. Quienes pagan muestra de qué lado está
el Estado.
En el origen de los
imperios el tributo representaba lo que el vencido pagaba al vencedor en
reconocimiento de su dominio. Con la misma lógica, en la modernidad podemos
caracterizar vencidos y vencedores observando las estructuras tributarias: si
se basan en impuestos al consumo los vencedores son los ricos; si se basan en
impuestos sobre la riqueza los vencedores son los pobres.
Esta visión política de la tributación explica crudamente la resistencia a
pagar ya que nadie acepta ser vencido. Lo importante es caracterizar un límite
para separar quienes pagan y quiénes no. Un gobierno popular debe tratar de
cobrar impuestos a los más poderosos, venciendo su resistencia a pagar a través
del incremento del riesgo de sanción. En consecuencia, el conflicto con los que
más tienen se vuelve inevitable.
En ese contexto, si el límite mínimo del impuesto a las ganancias a la cuarta
categoría queda retrasado respecto de la inflación, afectando así los salarios
reales de los trabajadores de ingresos medios, puede ser considerado un ejemplo
de un tributo focalizado mayoritariamente en la clase media (donde se encuentra
gran parte de los trabajadores formales que ocupan cargos medios) que luego es
redistribuido en los sectores populares a través del gasto público. Sin
embargo, la contradicción principal pasa por combatir la desigualdad social
entre ricos y pobres, no entre la clase media trabajadora y el pobre.
No debemos olvidar que cobrar impuestos a los más ricos no sólo es equitativo,
sino importante para la continuidad del proyecto político. El trabajador de
ingresos medios gasta sus excedentes consumiendo en el mercado interno. Las
grandes corporaciones y sus accionistas se llevan el excedente financiero al
exterior para resguardarlo en paraísos fiscales y, a partir de allí, ejercen el
lobby devaluatorio con el que buscan ganar en pesos mucho más dinero que lo que
hubieran ganado invirtiendo en producción y empleo.
Para cubrir todo el espectro, es importante hacer la salvedad de que existen
actualmente “asalariados” que por sus puestos de gerencia o dirección tienen
ingresos de clase alta; algo impensado en 1933 cuando fue creado el impuesto a
los réditos en la Argentina. En aquella época, los montos marcaban una
diferencia tajante entre los salarios y las ganancias originadas en la
propiedad del capital, fuesen del pasado, presente o futuro. Hoy en día los
directivos de las grandes corporaciones, aunque cobren bonificaciones en
acciones convertibles, son considerados asalariados en la cuarta categoría de
ganancias. Esos asalariados de sueldos elevados tienen que pagar impuestos
sobre los ingresos laborales que reciben y eso no está en discusión.
Pero lo anterior no debe hacernos perder de vista que para que la política
tributaria sea virtuosa para los trabajadores, no solo debe recaudar sino que
debe contribuir al crecimiento del empleo y a la estabilidad financiera. En
este sentido, queda pendiente una reforma tributaria que capture en forma
efectiva las manifestaciones reales de la riqueza que se fuga todos los años al
exterior en forma de inversiones de corto plazo en el extranjero. Los ejemplos
en este sentido van desde las remisiones especulativa de utilidades, los sobre
giro por préstamos con casas matrices, las inversiones de cartera de corto
plazo, la tenencias especulativa de dólares, hasta el impuesto a la herencia a
partir de un cierto monto. Gravamen que fue eliminado por Martínez de Hoz a
cambio de subir el IVA en una clara demostración del poder de los vencedores
del golpe. Nos queda entonces el desafío de crear los impuestos necesarios para
capturar estas rentas y desviarlas al desarrollo del mercado interno para
aliviar impositivamente a los que sólo tienen futuro dentro del proyecto
nacional y popular, que son básicamente los trabajadores, las pymes, las
cooperativas y las empresas públicas.
En definitiva, la discusión sobre ganancias no está puesta sobre la
direccionalidad del gasto y el fortalecimiento de la Anses, algo indiscutido
para el futuro de la clase obrera activa y pasiva, sino sobre los afectados en
la recaudación. Es indiscutible que este proyecto político tiene una firme
voluntad redistributiva con preferencia por los sectores más vulnerables y esto
no debe estar en juego, como quiere la derecha. De lo que se trata es de
comprender que si la mayor contribución relativa está en el IVA y Ganancias que
pagan mayoritariamente los trabajadores, el mensaje político es “no nos
animamos a ir por las ganancias de las multinacionales y de los capitales
concentrados”, que acumulan riquezas extraordinarias y, al final, optamos por
los más débiles. Esta lógica tributaria afecta la “alianza estratégica”
constitutiva del proyecto, como se vio en las últimas elecciones y no construye
el poder político popular necesario para una reforma tributaria progresiva.
Horacio Ghilini es secretario de Políticas Económicas y Sociales de la
CGT.
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