El
tiempo de nueve meses de gestación de un niño como nueva vida y su tiempo de
vida no son comparables a los tiempos de la humanidad.
La presencia del hombre como especie que desciende del mono, data de unos 40 a
50 mil años.
Podemos medir aproximadamente por generaciones.
Las civilizaciones son distintas, a la hora de ponerle sus años el hombre como
especie humana quedó a medio camino.
Distintos factores se lo impidieron, George Pulitzer, filosofo francés
(fusilado por los nazis), decía: “El hombre es un producto de sí mismo”.
La historia del hombre está escrita con sangre.
La desvirtualización del concepto humano es parte de un proceso, tiene como
origen “la mercancía”, célula virgen de donde nace el capitalismo y, con él la
división de la humanidad en clases.
Esa deformación entre la economía y la función social del trabajo perduró hasta
el presente.
Las civilizaciones no se pueden medir como los meridianos, la civilización
china se remonta a más de mil años, la hebrea a unos 5700 años; las árabes,
musulmanes, persas, se fijan según sus creencias religiosas; y nosotros nos
ubicamos en el Siglo XXI, año 2016 de la Era Cristiana.
Me resisto a ponerle límite y tiempo al momento que nos toca vivir.
Sé que estamos atravesando un periodo histórico, que podría ser el fin de una
civilización y el comienzo de otra.
Pero la realidad también nos dice que los cambios (para la humanidad), se
producen tras largos periodos de transición entre una civilización que se
extingue y es absorbida por otra -superior- acorde a las necesidades que el
nuevo mundo se plantea, y eso es lo que estamos viviendo.
Una parte el mundo que logro acumular (no más del 10 por ciento) poder económico,
poder político y militar, imponiéndolo al 90 por ciento restante, que es lo que
llamamos pueblo.
Al no poder satisfacer las necesidades que reclama un nuevo mundo que aspira a
vivir como lo determina la fuerza del destino humano, el mundo entró en crisis.
Mientras las crisis que soportó el mundo tuvieron carácter coyuntural, la que
atravesamos ahora tiene características estructurales.
El dominio del mundo concentrado en Estados Unidos, se asemeja al episodio
bíblico de Sansón: “Si yo caigo (Estados Unidos), el mundo caerá conmigo”.
Y no es así, Lenin advertía sobre el peligro de los coletazos del imperialismo
antes de morir. ¿Acaso no lo estamos padeciendo?
¿Acaso hoy en la Argentina no estamos viviendo una pesadilla que no es un sueño
-que es real-?
Le damos a un pueblo que como “ser humano” aún no maduró, la decisión de elegir
quien regirá los destinos del país por cuatro años, -y se equivocó- y nos llevó
inexorablemente a la miseria, a la pobreza extrema, al hambre, a la
desocupación.
Y el pueblo que aún no tiene conciencia de lo que pasa, pero ya lo siente, se
rebela, se resiste, va a la lucha, pero nada sabemos sobre qué pasará mañana.
Si esta agonía, el pueblo en la calle le pondrá fin y que es lo que vendrá
mañana.
Le cuesta al pueblo discernir qué debe elegir: enterrar al macrismo por su
concepción social capitalista y antihumana, o bien enterrar al peronismo porque
también se fue desplazando hacia posiciones de derecha, ¿Cómo hacer para
recuperar lo bueno y honesto que existe en todos los sectores de la sociedad
argentina?
Superarnos mentalmente es elevarnos hacia formas superiores de vida, el pueblo
y la clase trabajadora exigen cambios.
Los líderes sindicales convertidos en empresarios y mafia sindical, tendrían
que renunciar y dar lugar a las bases que somos la mayoría y que elijamos a
quienes nosotros consideramos (aun a riesgo de equivocarnos).
La revolución es eso, se hace en base de aciertos y errores.
Pero definitivamente son los pueblos quienes lo decidirán.
Los partidos políticos, los senadores y diputados (burgueses y capitalistas),
la justicia, ministros, gobernadores, son parte del ciclo, era y época en que
podían dominar a espaldas del pueblo.
Es muy difícil que lo entiendan.
Me quedo con lo que dijo Mao: “Destruir para volver a construir”.
El presidente actual de China dijo algo interesante: “Creatividad”.
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