Democracia y medio ambiente
Ricardo Vicente López
La necesidad de enfrentar las consecuencias de un consumismo
que, como hemos visto es el resultado de un programa económico-
educativo que se ha desarrollado exitosamente, debe llevarnos a
prestar atención sobre otros problemas que ya se están convirtiendo
en males casi terminales. Me estoy refiriendo al costo ambiental cuyo
estudio, análisis, y publicitación de sus resultados han sido
ocultados a la opinión pública del mundo.
No escapa a nadie las maniobras que la administración Bush ha
desarrollado para impedir la difusión de esta problemática. Hoy, ante
las consecuencias climáticas que ha comenzado a padecer el primer
mundo, pareciera que algo va a cambiar. Se suma a ello, y esto es
importante para comprender hasta dónde llega el poder de las grandes
empresas internacionales, la reticencia de algunos centros de
investigación del norte que negaron que las consecuencias ambientales
fueran el resultado de un modo de producir bienes. Y esto es también
muy grave. Porque ese modo de producción necesita depredar para
avanzar en sus objetivos económicos: el máximo lucro posible.
Aquí las consecuencias involucran a la totalidad del género
humano, actual y futuro. Sus resultados no pueden ser medidos en toda
su envergadura hoy pero pueden avizorarse las consecuencias de tonos
catastróficos. “La tarea es ‘dominar a las demás criaturas’,
‘cultivar el jardín’; pero dentro del marco de obediencia a la ley
divina y, por consiguiente, en el respeto de la imagen recibida,
fundamento claro del poder de dominio, concedido en orden a su
perfeccionamiento. Cuando el hombre desobedece a Dios y se niega a
someterse a su potestad, entonces la naturaleza se le rebela y ya no
lo reconoce como señor, porque ha empañado en sí mismo la imagen
divina”. Quiero adelantarme a algunas molestias que puede causar
estas palabras a un lector no creyente. Le ruego que lea este texto
de la Sollicitudo rei socialis (1987) de Juan Pablo II como una
metáfora o una descripción poética, pero que le permita pensar su
contenido.
Dice el papa que el señorío del hombre está subordinado al plan
divino, y toda trasgresión a él pone en peligro la totalidad del plan
y la supervivencia del hombre. La explotación ciega de los recursos
naturales bordea esta situación. El señorío del hombre, aunque no se
lo remita a Dios, es un hecho que está a la vista de todos: el hombre
es el dominador del planeta. Sin embargo, esta dominación impone
límites, desconocidos hasta no hace tanto tiempo, y por ello pagamos
las consecuencias. Porque “ante la naturaleza visible, estamos
sometidos a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya
trasgresión no queda impune”. Habla de “leyes morales” en un tiempo
que ha proliferado una multiplicidad de morales, de tono posmoderno
europeo. También allí radica parte del problema. Porque los pueblos
periféricos a la cultura occidental moderna han sido mucho más
cuidadosos del medio ambiente: sólo el industrialismo capitalista ha
producido estas consecuencias.
Por ello dice en la Centesimus annus (1991): “Es asimismo
preocupante, junto con el problema del consumismo y estrictamente
vinculado con él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el
deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera
excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En
la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error
antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo”. He
hablado en otra nota sobre el “hombre consumista” y me parece leer en
ese “error antropológico” una referencia a él.
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