El estilo salvaje norteamericano puede encontrarse en sus manifestaciones socio-económicas más claras. Y es, en este sentido, que veo en las afirmaciones de Jeremy Rifkin el señalamiento de una dirección investigativa que creo no debe ser abandonada. El eje de la cuestión queda planteado en la profunda transformación que está produciendo la revolución tecnológica, que algunas autores la han denominado inteligente haciendo referencia a la incorporación de la informática como elemento cualitativo, que altera el desarrollo del proceso tecnológico anterior. Este proceso es hoy estudiado y aplicado por lo que se ha dado en llamar las reingenierías empresarias, nombre con el que se encubre las racionalizaciones de personal. Es decir, si bien la incorporación de nuevas tecnologías es deseable, lo que no puede aceptarse es que se lo haga en la búsqueda exclusiva de ampliar las ganancias y reducir la cantidad de puestos de trabajo.
También puede verse lo mismo en el traslado de empresas hacia zonas que ofrezcan un menor costo de producción. Esto debe entenderse como algunas ventajas impositivas, menor control del estado, y sobre todo impedir la sindicalización de los trabajadores que redunda en un menor costo laboral. Podemos mencionar un ejemplo paradigmático, como el traslado de la Mercedes Benz a Estados Unidos, por un lado, mientras produce una porción importante de autopartes en los ex países del Este, como Hungría, ex Checoslovaquia, ex Yugoslavia, que tienen una calidad de mano de obra similar pero con costos sociales muy por debajo de los de Alemania. Todas estas modificaciones dentro del sistema de producción alemán han limitado la recaudación impositiva, de modo tal que en 1993 el gobierno del canciller Helmut Kohl aplicó un recorte presupuestario sobre los programas sociales de un monto de 45.200 millones de dólares, como forma de detener el déficit público. Y el siguiente canciller Gerhard Schröder aplicó un nuevo reajuste.
El capitalismo europeo, que se ha resistido a abandonar el modelo de un estado protector, sucumbió a las presiones de un mercado global que exige bajar costos para competir. Otro tanto, y tal vez en mayor medida, ocurre con las empresas norteamericanas y su traslado al oriente. La baja de costos por la migración de empresas incide en la recaudación impositiva por lo que provoca un ajuste importante en los costos sociales, que asume un estado que se encarga de la seguridad y el bienestar social.
Sin embargo, y aquí encuentro yo su veta más grave, no se trata ya sólo de un modo de actuar de las grandes empresas: se trata de un talante competitivo que va tras la maximización del beneficio a cualquier costo. Y esto se ha impuesto en el mundo comercial y financiero globalizado. Como diría Werner Sombart ha triunfado el alma del capitalismo. Este modo de ser no es ya de uso exclusivo de un sector o clase social, ha impregnado todo el cuerpo social, ha teñido gran parte de la cultura con sus valores. Aquello que sorprendía a Alexis de Tocqueville (1805-1859), cuando visitó los Estados Unidos de América, porque allí todos los ciudadanos calculaban, pesaban, computaban, ya no sorprende a nadie. Hoy es regla de comportamiento del común de la gente. La mentalidad calculadora domina las relaciones personales, la amistad, la vecindad, el compromiso tiene siempre alguna dosis de cálculo de interés.
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