Veníamos analizando la cultura del capitalismo que dio lugar a la aparición de un nuevo personaje dentro de la historia del hombre: el burgués. Diez siglos de medioevo fueron transformados en pocos siglos por el capitalismo moderno, el hombre medieval fue suplantado por el pequeño burgués de la comuna aldeana, y éste por el burgués moderno. Emmanuel Mounier describe a este hombre, describiéndonos, de este modo:
Cada uno de nosotros lleva en sí mismo una mitad, un cuarto, un octavo o un décimo de burgués, y el burgués se irrita dentro de nosotros como un demonio dentro de un poseso. Entendámonos: no se pasa la frontera del burgués con una determinada cifra de rentas. El burgués frecuenta todas las latitudes, todos los ambientes… El pequeño burgués no posee los signos externos ni las facilidades del rico, pero toda su vida está en tensión hacia la adquisición de unos y otras. Sus valores son los del rico, achaparrados, desfigurados por la envidia. No es rico solamente quien tiene mucho dinero. Es rico el pequeño empleado que se ruboriza de su traje raído, de su calle.
No pueden leerse estas palabras sin un cierto rubor. Esto no es para dar lugar a flagelaciones puritanas, sólo debe llamarnos a la reflexión sobre una tendencia simplificadora a colocar todo el problema en el exterior, en el otro o en las estructuras sociales. Lo que nos lleva a una fácil solución: nosotros también somos víctimas. Si bien esto no deja de ser cierto, no podemos quedarnos en las lamentaciones y se nos impone la necesidad de dar el paso que nos empuja a ser actores de la historia que nos toca. Asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde, por pequeña que sea (un octavo, o un décimo, o menos). Sigamos a este autor. Pasa luego a ofrecer una definición del burgués:
…un tipo de hombre completamente vacío de toda locura, de todo misterio, del sentido del ser, del sentido del amor, del sufrimiento y de la alegría, consagrado a la felicidad y a la seguridad; barnizado, en las zonas más altas, de una capa de cortesía, de buen humor, de virtudes de la raza; pero por debajo emparedado entre la lectura somnolienta del periódico, las reivindicaciones profesionales, el aburrimiento de los domingos y días festivos, con la sola obsesión, para ponerle remedio, del último disco o de la última noticia escandalosa.
Ese burgués que habita en el hombre actual no tiene grandes proyectos, no tiene grandes esperanzas fuera de la acumulación de la mayor cantidad de dinero posible, su futuro es una repetición tediosa del presente, su ambición tener una casa mejor, un automóvil más lujoso o deportivo, su meta ascender en la escalera del status social, su mayor aspiración tener la mejor imagen posible, adornada de ropa costosa o cirugías rejuvenecedoras, su preocupación ser exitoso y envidiado. Este rosario de propósitos tan mezquinos, que alcanzados demuestran no brindar mayor satisfacción que la evanescente alegría superficial del momento, va dejando un profundo vacío interior, lleno de insatisfacciones durables, trascendentes. Ante ello el corazón no perdona y reclama incesantemente, y desde lo profundo dice sordamente que ese no es el modelo de vida que apetecía. La negación a escuchar esos reclamos sume en una chatura desconsoladora, tanto por la falta de satisfacción como por el hartazgo; en esa angustia aparece la desesperanza, el escepticismo.
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