“Demos, pueblo, y kratos, autoridad. Doctrina política que favorece la intervención del pueblo en el gobierno. Predominio del pueblo en el gobierno político de una nación”. ¿Se podría definir así al sistema democrático en vigencia?
Sería muy difícil encontrar hoy la autoridad del pueblo, su intervención profunda y su predomino en las decisiones de gobierno. Sólo cuando el pueblo decidió protagonizar la historia, fue real. Esta democracia liberal está en crisis como todo lo que se relaciona con las sociedades capitalistas.
La acumulación de acciones violentas sobre el sistema, dictaduras mediante, posicionó al pueblo fuera y amputó su capacidad de resolver cada momento histórico independientemente, y por tanto su existencia como organización. Se silenció la voz de las clases populares. Bajo la conducción de dirigentes corruptos o incapaces a los que se aplaudieron, fueron entregados atados de pies y manos. Sus derechos, herramientas irrenunciables al momento de defender un sistema válido y útil a sus intereses, fueron criminalmente eliminados. Los redefinieron como servicios, modificaron unilateralmente, y profundizaron la dependencia, esas mismas minorías hegemónicas.
Vaciada entonces de contenido, ¿definiríamos hoy a un demócrata así? “Partidario de la democracia o forma de gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía”. Discurso mediante, la mayoría de los dirigentes se definen en ese sentido. Sin embargo los ejemplos negativos son abrumadores. No vamos a analizar la historia en su conjunto, sería sumamente árido y polémico. Ningún dirigente ha aceptado en todos estos años, responsabilidad en conductas antidemocráticas. Hasta pondrían el grito en el cielo de que dudáramos de su profesión de fe democrática. Los más nefastos y sangrientos dictadores solían repetir -y aún hoy sus cómplices lo hacen hasta el hartazgo-, que llegaron para salvar a la democracia y nuestro futuro. Tomemos entonces un hecho simple, cotidiano y repetido en muy corto tiempo a nivel local.
Durante la gestión fellinesca del dr. Rodolfo Lopes, en un acto público realizó un reconocimiento a distintos ex intendentes. Sin embargo, colocó en el mismo valor a aquellos que fueron elegidos por el voto popular, y a quienes de facto fueron en realidad agentes municipales de las dictaduras. No hubo uno solo de los elegidos por el voto, que se sintiera manchado o manoseado en su condición de tal, al colocarlo junto a los que violentaron a las instituciones y al pueblo. Aceptaron y agradecieron hasta con sonrisas. El resto de la dirigencia y medios también sonrieron, y además mudos. El silencio es salud, dijo alguna vez otro dictador.
Hace unos días se ha puesto en valor, como se dice en términos modernos, la galería de retratos de quienes ocuparon el despacho de la intendencia. Sólo tomando desde 1976 al 2006, da vergüenza ajena. El bloque de fotografías más cercano en tiempo, contiene juntos al doblemente agente dictatorial municipal fallecido Víctor J. M. Puente 1966/72 y 1976/83, y a los intendentes Juan Carlos Cabirón, Jaime Linares y Rodolfo Lopes. Aceptar esto en silencio, es aceptar que los dictadores y sus agentes no fueron tan malos. Esta es la perversa interpretación bahiense, de la teoría de la convivencia.
Mientras a los jóvenes se les da este mensaje vergonzante, les bajan línea en cuanto al respeto y mejora de la calidad de las instituciones.
Por eso estimado vecino, lector de EcoDias, le dejo para que reflexione lo que alguna vez escribió Rodolfo Walsh: “La historia parece propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”

Eduardo A. Hidalgo es secretario general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bahía Blanca.