Erradicar el hambre es el pasaporte para ingresar sin desvíos a un nuevo orden mundial que dé fundamento al siglo XXI, afirma en esta columna el representante regional de la FAO, José Graziano da Silva.
El panorama económico mundial continúa sombrío, pero no podemos dejar de preguntarnos cómo será el mundo cuando salgamos de la actual crisis.
Lo esencial es identificar fuerzas que condicionan el curso de los acontecimientos para, sobre todo, cambiar el orden vigente y evitar que volvamos a este mismo punto en el futuro.
La crisis comenzó en un segmento específico de la economía estadounidense y se propagó a una velocidad espantosa impulsada por la contracción del crédito, con un impacto brutal en los intercambios internacionales que, según el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, caerán entre 2 y 9% este año.
Si se cumple este pronóstico, será el peor desempeño comercial desde la Segunda Guerra Mundial.
Prever el paso siguiente no es tan simple. Es improbable que ocurra una fuerte reacción de demanda por productos básicos a corto plazo, pero no es seguro que las cotizaciones, especialmente las agrícolas, continúen declinando.
Las raíces de la inseguridad son las mismas que alimentaron el ciclo reciente de alza especulativa de los precios. O sea, la distorsión generada por la influencia de las finanzas no reguladas en el sistema de formación de los precios de las materias primas, sea hacia arriba o hacia abajo.
Hace poco, el presidente del Banco Central de China, Zhou Xiauchuan, defendió la creación de una nueva moneda de referencia, ya sugerida por John Maynard Keynes en 1944. Lo que une a Zhou con Keynes es la percepción de que la misma moneda no puede ser nacional e internacional al mismo tiempo, por el riesgo de subordinar el mundo a las conveniencias de un poder emisor unilateral.
Los vulnerables
Quienes pagan el precio más caro por la ambigüedad de la actual crisis son las poblaciones pobres, más vulnerables a un eventual menú de recesión con inflación de precios, potenciado por los desequilibrios monetarios acumulados en el sistema económico estadounidense.
Evitar la repetición de ese tsunami silencioso implica promover cambios en el orden establecido, como afirmó Enrique Iglesias, titular de la Secretaria General Iberoamericana, en la reunión de gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo, celebrada a fines de marzo en Colombia.
Una nueva geografía política emerge de la crisis y es preciso escuchar algunas voces de la antigua periferia del mundo. La incorporación de naciones como Sudáfrica, Argentina, Brasil, China, India y México a una nuevo gobierno mundial, con voz y poder de decisión, puede haber tenido su punto de inflexión en la reunión del Grupo de los 20, realizada en Londres en el mes de abril.
No es todo lo que se necesita, pero es un paso indispensable para el surgimiento de un verdadero orden multipolar, que debe resultar de una articulación entre estados democráticos que protejan y amplíen el repertorio de conquistas civiles que marcaron el siglo XX, como la promoción y consolidación de la democracia, el fortalecimiento de los sistemas de protección social, el combate a la desigualdad y al hambre.
Hacia las causas
La regresión de los últimos años resultó en buena parte del estancamiento de instituciones, conquistas y regulaciones nacionales, sometidas a un proceso deliberado de desmonte, en gran parte ejercido desde afuera hacia adentro, a partir de la supremacía unilateral de los mercados financieros no regulados.
La inadecuación del sistema de gobierno resultante quedo vertiginosamente clara en esta crisis. Pero el desastre aún no ha generado un consenso rectificador. Ya no basta con medicar los síntomas del desorden, hay que tratar sus causas.
Si queremos crear un orden económico sustentable para el siglo XXI, debemos ir más allá de lo que existía en el pasado.
Es preciso basarse en el protocolo que forma el consenso más amplio y legitimado que ha alcanzado la sociedad, los derechos humanos, y el compromiso de remover los muros que impiden su acceso a todos. Todo ello debe ser incorporado definitivamente a la agenda de desarrollo y de las instituciones multipolares.
En especial, hay que incorporar el derecho a una alimentación adecuada, parte fundamental del derecho a la vida consagrado en la Declaración Universal de 1948.
Al constatar que en esta crisis una vez más recrudecen las amenazas a ese derecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) está proponiendo una nueva Cumbre Mundial de la Alimentación en 2009.
Su pertinencia traspasa lo económico para llegar a la propia biología. Si la superación de los estancamientos actuales remite a una larga jornada de reconstrucción mundial, debemos generar algún consenso sobre una urgencia que no puede esperar: el hambre. Erradicarla es el pasaporte para ingresar sin desvíos a un nuevo orden mundial que le dé fundamento a este siglo.
Fuente: Tierramerica.
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